Pbro. Eduardo Michel Flores
Hace unos días, con motivo del inicio de la Cuaresma, un señor me preguntó: “Padre, ¿sigue teniendo sentido la práctica del ayuno y la abstinencia?”, yo le dije: “¿Por qué me pregunta eso?”, él me contestó: “Padre, yo veo, por un lado, que la Iglesia recomienda, sobre todo en la Cuaresma, practicar el ayuno y la abstinencia, pero, por otro lado, sé de mucha gente que ya no observa el ayuno y la abstinencia, porque dicen que son prácticas pasadas de moda, que tuvieron su razón de ser en la Edad Media, pero que en pleno siglo XXI ya no tienen sentido.
Además dicen que ya casi nadie practica el ayuno y la abstinencia, que la Iglesia debería suprimirlas, por ser obsoletas, incluso un amigo me comentaba el otro día que él leyó que el Papa Francisco decretó sustituir el ayuno por diversos actos de caridad muy sencillos y simples, como saludar.
Yo le respondí:“Mire, el ayuno y la abstinencia son prácticas de penitencia que existen en la Iglesia desde hace dos mil años, y que tienen un valor muy grande, porque tienen su origen en los cuarenta días que Jesucristo ayunó en el desierto y venció a las tentaciones, estas dos prácticas tienen como finalidad recordarnos que lo fundamental del hombre no es solo el pan y, a partir de ahí, ver cómo podemos ayudar a los demás; el ayuno y la abstinencia por sí solos no tienen sentido si no van acompañados de una reflexión y de un gesto para ayudar a quienes menos tienen y pasan hambre.
Estas prácticas se realizan en la Iglesia desde tiempo inmemorial, por eso no pueden suprimirse a capricho, solo porque algunos por no comprenderlas no las practican, y respecto a eso de que supuestamente el Papa decretó sustituir el ayuno y la abstinencia por actos sencillos de caridad, no es verdad, es una noticia falsa, en ninguna ocasión ha decretado eso el Santo Padre, no hay que creer todo lo que oímos, hasta corroborar la fuente”.
Jesús orando y ayunando se preparó a su misión, superando un duro enfrentamiento con el tentador. La Sagrada Escritura y toda la tradición cristiana enseñan que el ayuno es una gran ayuda para evitar el pecado y todo lo que induce a él.
Por esto, en la historia de la salvación encontramos en más de una ocasión la invitación a ayunar. Ya en las primeras páginas de la Sagrada Escritura el Señor impone al hombre que se abstenga de consumir el fruto prohibido. Puesto que el pecado y sus consecuencias nos oprimen a todos, el ayuno se nos ofrece como un medio para recuperar la amistad con el Señor.
En el Nuevo Testamento, Jesús enseña que el verdadero ayuno tiene como finalidad hacer la voluntad del Padre, con el ayuno el creyente se somete humildemente a Dios, confiando en su bondad y misericordia. En nuestros días, la práctica del ayuno ha ido perdiendo su valor espiritual.
El ayuno es una llamada a todo cristiano a no ‘vivir para sí mismo, sino para aquél que lo amó y se entregó por él, y a vivir también para los hermanos’. La práctica fiel del ayuno contribuye, además, a dar unidad a la persona, cuerpo y alma, ayudándola a evitar el pecado y a acrecentar la intimidad con el Señor. Privarse del alimento material que nutre el cuerpo facilita una disposición interior a escuchar a Cristo y a nutrirse de su palabra de salvación.
Privarnos por voluntad propia del placer del alimento y de otros bienes materiales, ayuda al discípulo de Cristo a controlar los apetitos de la naturaleza debilitada por el pecado original, cuyos efectos negativos afectan a toda la persona. Más que pedir que la Iglesia suprima el ayuno y la abstinencia por no entender su significado, deberíamos intentar conocer mejor su sentido en la Sagrada Escritura para practicarlos con mayor provecho espiritual.
Que Dios los bendiga. Nos leemos la próxima semana.