José Andrés Guzmán Soto
Hoy día, los periódicos, los noticieros radiofónicos y televisivos así como las redes sociales dan cuenta de un fenómeno social que está impactando en toda la sociedad en su conjunto, particularmente en nuestro país: la muerte en todas sus manifestaciones, sea como homicidio, suicidio, feminicidio, parricidio, etc. etc.
Aunque todos sabemos que la muerte es una realidad por la que todos vamos a pasar, también nos damos cuenta que cada vez más personas pierden el valor de la vida tanto para sí mismos como para otros. Con dolor y vergüenza hay que reconocer, por todos los homicidios, suicidios y feminicidios que se dan a diario, que matar se está convirtiendo en una constante “normal”.
Son muchas las causas de este fenómeno aterrador y desgarrador, pues la vida se ha vuelto más compleja, más estresante, más difícil de vivir tanto por los problemas económicos, como la pobreza, la marginación, los cinturones de miseria, la desigualdad y desequilibrio social en la distribución de los bienes; cuanto por los problemas de carácter sociocultural, como la ignorancia, el machismo, la violencia de género, los problemas internos familiares, así como el clasismo y las diferencias sociales.
Entre toda esta complejidad, las consecuencias son todavía más graves: estamos perdiendo el sentido de la vida, el valor de nuestra existencia; estamos modificando el valor de las personas al no reconocer su valor en sí y sólo aceptarlas por su dinero o posición social; estamos construyendo no seres humanos, sino seres competentes sin principios, sin valores, sin dignidad como personas.
Ante esto perdemos la confianza en el otro, no hay empatía, compañerismo, solidaridad, apoyo mutuo; no vemos en el otro a un hermano, o a un compañero de viaje, menos a un amigo. Los otros son “enemigos” que nos provocan miedo, rencor u odio, por lo cual hay que exterminarlos. Vivimos en una sociedad del miedo, del temor donde existe poca convivencia.
Es necesario revertir esta situación de terror y espanto. El principio de este cambio es rescatar el valor de la vida, porque, independiente de que sea hombre, mujer, niño, joven, anciano, pobre, rico, viva donde viva, es, ante todo, un ser humano, con un valor incalculable y su vida tiene un valor inmenso porque es una y única.
El segundo principio de este cambio es saber comprender al otro; entender al de enfrente, “ponerse en los zapatos del otro”. La comprensión es la actitud fundamental para vivir y para convivir.
Amar la vida propia y de los demás, comprendernos a nosotros mismos y a los otros, son los caminos para revertir esta situación de violencia y muerte.
En nuestras manos está el cambio, ¿lo iniciaremos en nuestro hogar, familia y trabajo?