José Andrés Guzmán Soto
En estos tiempos de proliferación de los medios de comunicación, todo mundo se siente con la capacidad de hablar, de decir, de manifestar sus puntos de vista, sus opiniones, sus ideas, sus ideologías, su visión de la vida, sus logros y hasta sus fracasos.
Los medios de comunicación, como la radio, la televisión, la prensa, pero sobre todo las redes sociales difunden millones y millones de textos, vídeos y palabras para todos los rincones del planeta a través de la Web y el Internet.
En el afán de protagonismo social, una inmensa mayoría de personas publica todo tipo de contenidos desde lo que come, bebe, donde anda, la fiesta, los lugares visitados hasta las situaciones íntimas; desde la venta de un producto o servicio hasta los improperios, palabras ofensivas, falsos testimonios, basura informativa y demás.
Junto a lo anterior, también encontramos a gran número de personas que en las conversaciones en grupo se sienten sabedoras de todo y quieren imponer sus puntos de vista y su visión personal como si fuera la verdad absoluta sobre economía, política, religión ideologías hasta deporte y espectáculos.
Todo mundo habla, opina, dice su verdad en un mundo de sordos, donde nadie escucha y las personas viven una profunda contradicción, pues, por un lado se creen todo lo que dicen y por otro desconfían de la información. En los tiempos de gran avance tecnológico en el campo de la comunicación, vivimos la peor incomunicación entre los seres humanos.
Las consecuencias del abuso de la información son múltiples y graves: estamos perdiendo la capacidad de escuchar, la capacidad de entender, de comprender, de analizar la realidad; estamos perdiendo la capacidad de convivir a través de una comunicación efectiva y afectiva que nos lleve a formar una verdadera comunidad en comunión con los que nos rodean. Estamos perdiendo ese calor humano, tan necesario, en las relaciones humanas.
Para superar esta gran contradicción tenemos que aprender y enseñar a escuchar; tener esa capacidad de abrir nuestra mente y nuestro corazón no sólo a las palabras de quien nos habla sino a los sentimientos y emociones que están detrás de sus palabras.
Tenemos que aprender y enseñar a discernir la información de los medios de comunicación y de las redes sociales para no caer en errores y falsas esperanzas; para no ser víctimas de la delincuencia informativa y del chantaje comunicativo.
Tenemos que aprender y enseñar esa capacidad de saber escuchar a los demás con inteligencia, con tolerancia y con amor, sin imponer ideas o visiones personales, pero con valentía para defender nuestros principios éticos a través del razonamiento y buscando siempre la verdad y el bien de todos.
Escuchar nos hace más humanos, nos acerca más como hermanos, nos abre el camino a una verdadera convivencia. Necesitamos aprender y enseñar el valor de saber escuchar.