Pbro. José Marcos Castellón Pérez
En el contexto del Sínodo para la Amazonia conviene tener presente un término novedoso: “panenteísmo”, aunque se refiere a una doctrina perenne en la teología de la creación. Cuando se habla de la relación entre el Creador y la criatura se debe salvaguardar un justo equilibrio para evitar identificarlos, como lo hace el panteísmo al afirmar una relación tan inmanente que no da espacio a la trascendencia de Dios, como también se debe evitar el hacer una relación tan trascendente que se profese la idea de un Deus ex machina, es decir, el Dios que ha creado un mundo con el cual ya no guarda ningún vínculo efectivo, sino que le ha dejado a sus propias leyes.
Cuando los cristianos confesamos que Dios ha creado libremente por amor, afirmamos también que el amor habla de relación íntima, por ello, si Dios ha creado por amor, es el Dios de la intimidad, de la presencia en lo más profundo de cada ser. Dios está íntimamente unido a su criatura sin anularla, sin subsumirse en ella, sino potenciándola desde lo más profundo de su ser para que llegue a ser precisamente lo que es, distinto de Dios y de los otros seres, como lo afirma el teólogo Juan Luis Ruiz de la Peña: «Allí donde está lo creado, allí está Dios, distinto de hecho en su ser, pero presente hasta lo más íntimo del ser creatural». Para hablar de esa inmanente trascendencia de Dios, que está presente sin confundirse en su creación, la fe cristiana ha utilizado la palabra “conservación de la creación”. En esta noción de conservación se conjuga tanto la trascendencia absoluta de Dios como la inmanencia creativa en en toda la realidad. Dios actúa en el mundo por medio de su Espíritu sin dejar de ser Dios ni suprimir la identidad de las criaturas. Gracias a la influencia de algunos autores, para subrayar la trascendente inmanencia divina o su inmanente trascendencia, se habla de panenteísmo, que no debe ser identificada con el panteísmo, sino que se debe entender como “Dios en todo y todo en Dios”.
La afirmación de que Dios está en todo y todo está en Dios conduce a una realidad más integradora. Ambos, el mundo y Dios, abiertos en transparencia total. El gran teólogo suizo Hans Urs von Baltasar, siguiendo una reflexión de San Máximo Confesor intuía este misterio de la presencia de Dios en su creación y utilizaba la imagen de la zarza ardiendo (Ex 3,2) para expresar cómo Dios está en la obra de sus manos, como el fuego en la zarza, sin confundirse y sin consumirle; o sea, la presencia íntima de Dios que hace que las obras de su manos tengan el gran resplandor de su presencia, pero sin suprimir su esencia, siendo una presencia de comunión total. El símbolo de la zarza ardiente es el amor inefable y prodigioso escondido en la esencia de las cosas como el fuego en el arbusto.