La Parroquia es la instancia, el nivel de Iglesia más cercano a los fieles. No hay otra instancia que pueda garantizar la presencia y la misión de la Iglesia en medio del pueblo de Dios, sobre todo porque la Parroquia se establece en toda la diócesis. En Guadalajara contamos con una variedad de realidades, tanto en el ámbito urbano como rural, con sus respectivos acentos cada Parroquia.
Gracias a la Parroquia se hace presente la Iglesia y su misión de evangelizar en cada una de estas realidades.
Valoremos, por tanto, la Parroquia.
Esta instancia, para que sea verdaderamente efectiva en la misión que tiene en el pueblo de Dios, necesita renovarse.
El Papa Francisco nos ha dado muchos elementos para renovar la Parroquia, que queremos asumir como un compromiso. Por ejemplo, tiene que ser una comunidad evangelizada y evangelizadora. Tiene que ser una comunidad en salida, no cerrada en sus paredes, sino en salida al encuentro de todas las personas que viven en el territorio parroquial.
Se nos ha dicho también, con mucha insistencia, que la Parroquia tiene que ser una comunidad samaritana, es decir, que acoja a todos, pero de manera preferente a los que están caídos en el camino y que nadie se preocupa de ellos.
La comunidad parroquial debiera ser muy sensible y estar muy atenta a la realidad de todos los hermanos que, por distintas razones (morales, espirituales, materiales) están caídos en el camino.
Tiene que ser, además, una comunidad acogedora, que reciba a todos sin distinción. El Papa ha dicho que la Iglesia es el lugar de todos, y todos -dice el Pontífice- son todos, e insiste en ese todos. La Iglesia ofrece un banquete al que están invitados todos, sin distinción.
La característica de que la Iglesia sea acogedora de todos, tenemos que ponerla en práctica, y no para otra cosa sino para que los fieles experimenten en la Parroquia la misericordia del Señor, su amor compasivo para con todos, no solo para los que se confiesan frecuentemente, los que comulgan diario, los que están en los grupos, sino para todos.
Hablar de la Parroquia supone hablar de un responsable de ella, y éste es el Párroco.
Por eso, al mismo tiempo que reconozco su labor, los felicito y los motivo para que sigamos siendo verdaderos coordinadores del trabajo parroquial, con dos actitudes fundamentales: primero, superando todo clericalismo, toda actitud que nos ponga por encima y que haga sentir a los fieles que estamos por encima de ellos. Si tenemos todavía resabios de ese clericalismo, hay que superarlo. El Papa nos recomendó, en la pasada visita Ad Limina, que hiciéramos un esfuerzo para superar el clericalismo.
La segunda actitud fundamental se refiere a incluir a todos los laicos para que participen en la misión evangelizadora de la Iglesia. No es un permiso, no es una concesión que les damos, sino un derecho y un deber que tienen los laicos de participar.
Por otra parte, no aflojemos el paso, que no sea pretexto el tiempo que me quede como Obispo de Guadalajara para no hacer las cosas. Si a mí me quedara poco tiempo, a los Párrocos les queda mucho por hacer.