Querida Lupita:
Me duele saber que existe la depresión infantil. Mi hijo de 9 años ha sido diagnosticado así y me siento desesperada al escucharle decir que se quiere morir. Las cosas están mal entre mi esposo y yo. Me siento sola para enfrentar este reto.
Sonia E.
Querida Sonia:
Los datos fríos de la Organización Mundial de la Salud (OMS) desvelan esta realidad dolorosa, más de 800,000 personas se suicidan cada año. El suicidio es la segunda causa principal de defunción en jóvenes de 15 a 29 años. En México, en la población de 5 a 19 años, el suicidio representó el 7% de las muertes por lesiones de causa externa.
Cada caso se vive con un dolor inenarrable.
Se trata de un problema de salud pública y es necesario actuar en la prevención a todos los niveles. Los gobiernos y las escuelas hablan de fomentar una actitud optimista en los pequeños. Pero este esfuerzo será siempre incompleto si no vamos a la raíz del sinsentido en ellos.
Chesterton sostenía que lo contrario al cristianismo no es el ateísmo sino la tristeza.
Y quisiera expresar que el antídoto más poderoso para la tristeza es Cristo.
Estamos diseñados para hacer familia pero nos hemos alejado de este diseño original. Queremos un buen trabajo, ganar para consumir a gusto, viajar, tener cultura general, pero nos olvidamos de que todo esto es para un fin mayor: compartir, convivir… somos seres para los demás. A los hijos les queremos dar calidad de vida pero no les damos lo más importante: Sentido de vida. Nuestros hijos no necesitan nuestro dinero, sino nuestro tiempo, consejos y atención. Les estamos dando tesoros materiales pero ignoramos y guardamos el tesoro de la fe.
¡Que en cada hogar de bautizados se conozca la fe!. Nada más lleno de optimismo, que la esperanza cristiana. Si queremos combatir la depresión y el suicidio, debemos conocer a Dios y vivir de acuerdo a Sus criterios.
- Demos catecismo en casa
- Oremos en familia
- Leamos las Sagradas Escrituras y saquemos objetivos concretos para hacer vida lo que ellas nos inspiran.
Que nuestra confianza esté puesta en quien ha dado la vida por nosotros. “Señor, a quién iremos, sólo Tú, tienes palabras de vida eterna” (Jn. 6, 68).
Lupita Venegas/Psicóloga
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