Pbro. José Marcos Castellón Pérez

A finales del siglo XIX, Óscar Wilde escribió el cuento infantil titulado “El gigante egoísta” que, aunque sus destinatarios son los niños, tiene su estilo propio y la genialidad crítica y estética del poeta y dramaturgo irlandés, radicado en la Inglaterra victoriana. La sencillez de argumento y trama no quita el profundo sentido religioso y ético del cuento.
El gigante es el propietario de un castillo en el que se encuentra un jardín muy grande y hermoso, imagen idílica del paraíso donde todo es armonía y paz, floreciente en una eterna primavera. Allí, los niños han encontrado su espacio para jugar y convivir felizmente en la ausencia del gigante. Al llegar a su castillo, después de 7 años de visita con el ogro Cornualles, el gigante decidió cerrar su jardín y disfrutarlo solamente él, bajo amenaza de castigo a quien osara entrar. Es aquí donde el cuento cede a la fábula; la ausencia de los niños, de sus algarabías y juegos, transforma el floreciente paraíso en un gélido patio harto de nieve invernal, en el que se ausenta también el canto de los pájaros y el colorido de las flores. Es quizá esta imagen de un frío jardín invernal sin niños, descrito por Óscar Wilde, la que inspiró a Fhillys Dorothy James a escribir su novela “The children of men”, que el cineasta mexicano Alfonso Cuarón llevó a la pantalla grande con el mismo título en 2006, y que dibuja un mundo infértil y sin futuro, redimido sólo por la esperanza de una única mujer inmigrante embarazada.
Tanto Óscar Wilde como Dorothy James evocan la Navidad como salvación de la fría y caótica humanidad. El gigante egoísta es salvado por un pequeño niño herido de amor que le abre las puertas de su jardín celestial, cuando el gigante se da cuenta que sólo la generosidad transforma el frío invernal en la cálida alegría primaveral. Sólo la gestación y el nacimiento de un inocente, del “hijo del hombre”, puede abrir un horizonte de futuro luminoso y de paz.

¡Qué bien cae esta literatura en las vísperas de Navidad! Más, cuando comienza a invadir la maléfica idea de que es mejor una vida sin niños, donde algunas parejas jóvenes no quieren perder su jardín de hedonismo al negar la posibilidad de un hijo, por lo cual se niegan al amor más puro, que es la paternidad. Hoy se ha hecho común la expresión “perrijos” de aquellos que cierran, como el gigante su jardín, las puertas de su corazón paternal al juego inquieto de los niños. Hoy se corre el peligro de ver a los hijos más como una amenaza que como una alegre esperanza; este es el trasfondo de las ideologías antinatalistas disfrazadas de igualdad de género, del derecho a decidir, de la interrupción del embarazo, del matrimonio igualitario, de la anticoncepción… La fiesta de la Navidad es el memorial del triunfo de la vida naciente frente a todo intento del gigante de matar la esperanza.