Pbro. José Marcos Castellón Pérez

El siglo XX fue calificado como el “siglo corto” por la intuición del historiador húngaro Iván Berend y el consecuente desarrollo del historiador marxista inglés Eric Hobsbawm. Las razones que argüían para este calificativo era la implantación de la ideología marxista y el sistema económico socialista en la mayoría de los países del Este Europeo, en Cuba y en algunos países asiáticos. Se trataba de aplicar en la praxis política, económica y social los principios ideológicos del marxismo en su lectura leninista, lo que se llamaría también el “socialismo real”.
El siglo XX comienza, según esta lectura, en 1917 con el triunfo de la Revolución Rusa y la Primera Guerra Mundial; se agudiza la problemática del “siglo corto” después de la Segunda Guerra Mundial y la exacerbada polarización de los dos bloques socioeconómicos (el comunismo socialista y el capitalismo liberal) en la llamada Guerra Fría; el siglo llega a su fin con el fracaso histórico del comunismo al caer el Muro de Berlín en 1989 y la disolución de la Unión Soviética en 1991. Si algo caracterizó al siglo XX fue el espíritu de esperanza, incluso después del fracaso humanitario de las dos Guerras Mundiales y el sufrimiento que supuso la Guerra Fría para millones de personas.
Hoy México, puede decirse, vive un período sexenal que se puede calificar como “corto”. Veamos por qué: se trata principalmente en un sexenio caracterizado por la esperanza, slogan de campaña durante mucho tiempo del Presidente actual. Una esperanza, como en el siglo pasado, que está acompañada de muchos fracasos, manifiestos claramente en las estadísticas de seguridad, de bienestar económico, de salud, de los más elevados principios de la política como el diálogo democrático y la promoción de las libertades y auténticos derechos humanos.
La esperanza tiene su raíz en la promesa de un futuro mejor. Si tuviéramos ya el futuro deseado no tendríamos nada que esperar, pues estaríamos en posesión de aquello que anhelamos; por eso la esperanza es una actitud que brota de la necesidad y del deseo resiliente de superarla y con creces. El Presidente se ha dedicado a prometer, aunque la experiencia concreta nos dice que no se ha logrado mucho, excepto, hemos de reconocer, la ayuda que reciben los más pobres. Pero de ahí en más, no se ha cumplido lo que se nos prometió y sigue prometiendo un país de maravillas, lo que hace que sus más leales sigan creyendo en él como eterno candidato a gobernar en un mundo ideal, al que la realidad, la terca realidad, se resiste a dejarle un lugar en la historia.
Se trata, además de un sexenio corto porque durante tres años ha venido hablando más de los problemas del pasado y de la herencia maldita de sus antecesores, a los que ha culpado incluso de las ineficiencias y omisiones de su gobierno. Un sexenio corto porque el mismo Presidente ya dio por terminado su periodo y, como “destapador”, ha puesto en movimiento las corcholatas para el próximo sexenio.