Pbro. José Marcos Castellón
El ser humano es un animal simbólico, quizá sea esta la característica que lo hace único frente al mundo, superior al mundo vegetal y animal que lo rodea. El símbolo nos ayuda a entender e interpretar la realidad más allá de la mera ubicación pasiva al medio, lo que permite, a su vez, que seamos capaces de transformar la realidad hasta humanizarla, hacerla a nuestra medida.
Cuando la Sagrada Escritura nos enseña que el hombre ha sido creado por medio de la Palabra, además de revelarnos la trascendencia y la capacidad responsorial del hombre, señala también esa cualidad simbólica, pues la palabra es el símbolo por excelencia.
Pero el símbolo tiene necesariamente un carácter social, ya que tiene sentido únicamente en su dimensión comunitaria, en cuanto sirve para mantener comunicada y activa a una sociedad particular entre sí y con otras sociedades humanas.
El símbolo además se ritualiza, es decir, toma forma en la repetición de gestos y fórmulas que dan sentido a la vida “personal”; y al decir “personal”, queremos distinguirlo de lo “individual”, porque también rito, como el símbolo, sólo se realiza en comunidad, con los otros, lo que genera la pertenencia social a una determinada tradición.
El confinamiento en casa, por razones de la pandemia del coronavirus, agudiza la enfermedad social del individualismo egoísta, que nos ha contagiado la cultura liberal y, por ello, únicamente se puede justificar por motivos de salud. Tal confinamiento resultará tener un grandísimo costo comunitario si no somos conscientes del peligro de “individualizarnos” en nuestro egoísmo, por lo que se deberá revertir lo más pronto posible.
Los psicólogos han llamado a ritualizar la cuarentena a través de mantener horarios y prácticas que se deben repetir durante los días hábiles de la semana y conservar el llamado fin de semana como libre, en donde se pueden mantener las rutinas de los días normales de descanso: ver televisión y estar en casa, sin realizar los rituales sociales de asistir al culto religioso o a espectáculos públicos, a los que ahora se participa de forma virtual. Eso mantiene la salud psicológica de los individuos, pero corre el riesgo de perder la salud social, que ahora se ve impedida a los ritos más normales como estrecharse la mano y aquellos que suponen la cercanía física, que también es necesaria en las relaciones humanas.
Las estrategias siguientes, en el ámbito pastoral, nos deben ayudar a equilibrar la balanza entre salud física, salud psicológica y salud social por medio del redescubrimiento de la riqueza y profundidad de los ritos y los símbolos, aprovechando la realidad virtual, pero evitando que la pastoral sea simplemente virtual, como evitar a toda costa caer en el ritualismo, tentación muy latente en los grupos más conservadores y que termina por desprender el significado por el significante, es decir, deja de trascendernos por identificar el rito con lo divino, siempre mayor, siempre trascendente. Ahí se encuentra uno de los retos pastorales que la actual pandemia nos deja.
1 comment
Que manera de esconder la verdad por ser traidores y cobardes traicionados a dios al no tener fe y no seguimos el ejemplo de nuestros crisers solo siguen al diablo de alfaro olivadondose que su patrón es dios y no el gobernador Jesús les dijo lo de dios a dio y lo del Cesar al cesar primero los diablos de Zapopan luego el diablo apoderándose de la virgen ahora no hay misas que sigue desmerecer nuestra iglesia
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