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Peripheria: Utopía

Pbro. José Marcos Castellón Pérez

Utopía es un neologismo, es decir, una palabra que se acuña desde su etimología griega y que no existía antes, y que debemos a santo Tomás Moro. Etimológicamente puede significar dos cosas: “eúk-topos” (topos” es lugar y “eúk” es una negación), por eso se puede entender como lo que no tiene lugar; o bien, “eu topos” (“eu” es lo bueno), significando entonces un buen lugar.

En cuanto al contenido semántico, la utopía puede tener varios significados: En sentido científico-técnico equivaldría a lo que llamaríamos ciencia ficción. También, como anticipación optimista o superación de un problema presente muy complejo. Se utiliza, de la misma manera, como sinónimo de escatología milenarista y apocalíptica donde el actor de la historia ya no es el hombre, sino la intervención divina sobrenatural.

Estos significados de utopía no son erroneos, pero son inexactos e incompletos. Siguiendo a Karl Mannheim, podemos sugerir otro significado que tiene además relevancia teológico-pastoral y una aplicación muy oportuna en medio de la pandemia del coronavirus y sus problemas adyacentes, además enmarcada en el fin del año 2020: La utopía se entiende como los procesos mentales que no reciben sus impulsos de la realidad existente, sino de los símbolos, las fantasías, los grandes sueños, etc. que brotan de fe en el Dios fiel de las promesas.

(RESALTAR)

Por tanto, la utopía es un rechazo al sistema vigente de esclavitud y pecado, es una apuesta contraria al orden establecido, que está marcado de injusticia y opresión; pero también es el deseo de una nueva realidad que conjugue la igualdad y la libertad, la justicia, la misericordia y el amor; en una palabra, es el deseo de la irrupción del Reinado de Dios.

Es el deseo, la búsqueda, la tendencia que se traduce en planes y proyectos pastorales de crítica al sistema actual y de oferta de modelos alternativos inspirados en el Evangelio, la Gran Utopía.

La utopía no se sitúa, pues, en el nivel de la lógica racional, por ello, se le acusa, de ser irreal o quimérica. No es un discurso lógico ni ético, sino un impulso, un deseo, una fuerza que se sitúa al nivel de lo simbólico. Es proyección de la aspiración profunda del discípulo de que el mundo llegue a ser el espacio de salvación que todavía no es, pero que es posibilidad real por la acción transformadora del Espíritu.

La función de la utopía es ser un agente de cambio, de transformación, anticipa el futuro y mantiene viva la esperanza. Es una protesta contra la situación presente; es una  propuesta de posibilidades en el juego de la gracia, de lo imaginario y lo real, que impulsa a una revolución, en el sentido más auténtico de la palabra (impronta de evolución), para la consecución de la Justicia.  Es lucha constante y tenaz contra el mal presente, que parece inamovible, aplastante y que necesita de una ideología para legitimar y autoprotegerse, para mantenerse. A la utopía le temen tanto las ideologías que someten al hombre, impidéndole soñar.

Acerca de Gabriela Ceja Ramirez

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Lic. en Comunicación | Especializada en Comunicación Pastoral, por el ITEPAL y la Universidad Pontificia Bolivariana de Medellín, Colombia | Editora de Semanario Arquidiocesano de Guadalajara.

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