Al primer hombre pecador, no podía seguir sino una humanidad igualmente pecadora y hasta insolente. El episodio de Caín y Abel nos muestra, de manera por demás expresiva, la propagación del pecado que –si al principio era sólo desobediencia orgullosa– ahora llega al extremo del asesinato del propio hermano.
"En la Iglesia tenemos urgente necesidad de una comunicación que inflame los corazones, sea bálsamo en las heridas e ilumine el camino de nuestros hermanos y hermanas"