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Sergio Padilla Moreno

Al momento de escribir este texto, las autoridades locales no habían activado el “botón de emergencia” que obligaría a la población a un mayor y más estricto resguardo, además del cierre temporal de la mayoría de las actividades económicas, con el fin de evitar la propagación del COVID-19.

Después de ya varios meses de la activación de las medidas de emergencia que afectaron, en distintos niveles, la vida económica, la educación, las actividades religiosas, etcétera, se percibe que, ante el eventual resguardo obligado y necesario, la mayoría de la gente sentimos desolación, cansancio, incertidumbre y desesperanza. Es entonces el momento de voltear a ver las experiencias de otros seres humanos que han enfrentado situaciones donde las circunstancias externas los han obligado a permanecer en confinamientos de distinta índole.

Ante el confinamiento, oportunidad para crecer

En los dos casos que presento a continuación, aunque hay muchos casos más para conocer, la experiencia del resguardo obligatorio fue forjando en ellos un nuevo espíritu, corazón y cuerpo, por lo que su testimonio puede darnos luz y mística para enfrentar estos complejos momentos que vivimos a diversos niveles.

San Juan de la Cruz logró las más altas cumbres de la experiencia mística cuando enfrentó el terrible e injusto encarcelamiento, junto con torturas físicas y morales en una prisión conventual en Toledo, hecho promovido por sus propios hermanos de la Orden del Carmelo. Las circunstancias y causas de este encarcelamiento, que duró ocho meses, sería largo de explicar en estas líneas, pero lo destacable es que, en medio de esa situación, Juan de la Cruz “descubre la diferencia que convierte su horrible situación en una oportunidad de crecimiento y creatividad”, según constata el carmelita P. Luis Jorge González. En medio de ese terrible encierro en condiciones infrahumanas vive su “noche oscura”, pero es cuando el humilde religioso escribió el Cántico espiritual.

Por el futuro, Aleluya

El otro testimonio es el del P. Pedro Arrupe SJ, quien llegó a ser Padre General en la Compañía de Jesús, pero antes fue testigo cercano de la bomba atómica en Hiroshima, Japón, el 6 de agosto de 1945, pues una vez ordenado sacerdote fue enviado a misión a esas tierras. A finales de 1941, cuando Japón estaba por entrar a la Segunda Guerra Mundial, Arrupe fue detenido por policías japoneses acusado de ser espía y fue encarcelado en una pequeña celda durante un mes. Sin embargo, como nos cuenta en un artículo Andrea Robles Iturriaga, al recordar ese momento años más tarde, Pedro Arrupe contaba: “Cuántas cosas aprendí durante este periodo: la sabiduría del silencio, el diálogo interior con el huésped de mi alma. Creo que fue el periodo más aleccionador de mi vida. No había nada en mi celda. Yo a solas con Cristo”. Esta experiencia, sin duda, forjó a un hombre que se situó en la vida con total apertura y confianza en las manos de Dios; así lo demuestra esta jaculatoria que él hacía: «Por el presente ¡amén!, por el futuro ¡aleluya!»

¿Cómo hubieran vivido estos dos hombres este confinamiento que enfrentamos? Vale la pena reflexionarlo y aprender de ellos.El autor es académico del ITESO, Universidad Jesuita de Guadalajara –

padilla@iteso.mx

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