Sergio Padilla Moreno
Estamos prácticamente a la mitad de un año atípico, pero no podemos olvidar que este año celebraremos el cumpleaños 250 de Ludwig van Beethoven. Una de las obras más famosas de este compositor es, sin duda, la Sinfonía n.º 5 en do menor, opus 67, obra que se estrenó en Viena el 22 de diciembre de 1808.
Seguramente mucha gente ha escuchado el pasaje con el que se abre esta sinfonía: cuatro notas que, desde un principio, no nos dejan indiferentes. Y lo más extraordinario de la obra, es que este patrón de cuatro notas se vuelve a hacer presente de forma recurrente a lo largo de ella, no nada más en el primer movimiento de la sinfonía. Pero ¿qué tiene que ver eso con la vida cristiana? Me viene el recuerdo de una plática que alguna vez tuve con una Religiosa de la Cruz de Sagrado Corazón de Jesús, mujer ya octogenaria pero llena de sabiduría por tantas horas de oración y contemplación frente a Jesús en Eucaristía, quien me dijo que esta obra de Beethoven le recordaba la dinámica misma de la vida: “Así como la sinfonía tiene momentos de mucha luz, hay también pasajes oscuros; hay momentos de gran vivacidad y otros de mucha lentitud; hay momentos llenos de complejidad y otros de gran simplicidad.” Y ella concluía: “Así es la vida, y la belleza de la misma en cada persona no se queda en cada pasaje por separado, sino en la contemplación y apreciación de todo el conjunto; finalmente nuestra vida es una sinfonía de Dios”.
Tomando en cuenta la bella intuición de esta religiosa, me parece que las cuatro notas que constituyen el patrón que teje toda esta sinfonía de Beethoven, dan pie a plantear cuatro actitudes que vale la pena articular en la vida de quienes queremos vivir la propuesta de Jesús, las cuales deben estar siempre presentes, aunque los contextos y situaciones particulares vayan cambiando en la vida de cada uno de nosotros.
1.- Contacto permanente con la realidad, pues tal como dice el documento conciliar Gaudium et Spes: “Los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren, son a la vez gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los discípulos de Cristo. Nada hay verdaderamente humano que no encuentre eco en su corazón.”
2.- Contacto permanente con la Palabra de Dios, tal como propone el documento conciliar Dei Verbum: “Es necesario, por consiguiente, que toda la predicación eclesiástica, como la misma religión cristiana, se nutra de la Sagrada Escritura, y se rija por ella.”
3.- Contacto permanente con nosotros mismos, a través de la meditación, el silencio y la contemplación, pues vivimos tiempos llenos de todo tipo de ruidos que terminan por descentrarnos, confundirnos y enfermarnos.
4.- Contacto permanente con Dios, a través de la oración, el discernimiento y la vivencia honda de los sacramentos.
El autor es académico del ITESO, Universidad Jesuita de Guadalajara – padilla@iteso.mx
Sinfonía Nº 5, en do menor, Opus 67. Ludwig van Beethoven