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Reflexiones sobre la muerte de Bernard Haitink

Sergio Padilla Moreno

La muerte de una persona siempre tiene muchas caras según las personas vivas que la miren. Los familiares y amigos cercanos lloran, aquellos no tan cercanos quizá lo lamenten, pero pronto olvidarán; a muchos otros, quizá la mayoría, simplemente les parecerá una muerte más o una esquela en la sección de obituarios. Pero hay algunas muertes de personas que quizá son lejanas o ajenas a nuestro círculo de amistades y familiares pero que, por alguna extraña razón, no nos dejan indiferentes. Tal es mi experiencia ante la noticia de la reciente muerte del director de orquesta holandés Bernard Haitink (1929-2021).

Su silenciosa partida

Quizá mi resonancia vino al leer una nota periodística que decía que Haitink murió “plácidamente en su casa a la edad de 92 años, rodeado de su familia”. Un hombre como él, que cosechó merecidas ovaciones y reconocimientos a su labor artística durante las casi siete décadas en que dirigió a las más importantes orquestas del mundo, “se marchó sin hacer ruido”, tal como lo dijo, acertadamente, el musicólogo Luis Gago.

Haitink fue un hombre y un artista ajeno a los escándalos y los reflectores, sin dobleces ni narcisismos. Fue un director de orquesta de gestos sobrios, pero que ahondaba en las profundidades de las obras que dirigía, especialmente las de Anton Bruckner y Gustav Mahler, sin dejar de lado sus versiones de obras de Mozart o Beethoven. En junio de 2019 le decía a un periodista holandés:

“Tengo 90 años. Y cuando dije lo de tomarme un año sabático era porque no quería decir que lo dejaba. Todas esas despedidas oficiales no van conmigo, pero lo cierto es que no voy a volver a dirigir”.

Un talento legado para la posteridad

No sé si alguna vez Haitink habló públicamente de la muerte, pero su trabajo por la música ya sea dirigiendo las mejores orquestas del mundo, grabando discos que son referencia para la posteridad de su talento o formando futuros músicos, nos hacen pensar que estaba listo para cruzar el umbral a la vida plena.

Desde la perspectiva de la fe, creo que vale la pena traer a colación las reflexiones del P. Javier Melloni SJ, quien en un artículo titulado “San Ignacio ante la muerte”, publicado en la revista italiana Ignaziana, nos dice:

El sentido de la vida no se juega en la cantidad de años que vivamos, sino en la autenticidad con que vivamos. Encontramos de algún modo el ser-para-la-muerte heideggeriano:

“Cada momento es determinante porque la muerte nos pone un límite ante el que confrontarnos. No para temerla sino, al contrario, para tomar conciencia de nuestra finitud…

“Una finitud que no coarta, sino que nos libera porque nos sitúa ante lo único necesario: vivir orientados sin distracciones hacia lo esencial, tal como decía San Ignacio de Loyola: «solo deseando y eligiendo lo que más conduce para el fin que somos creados» [EE 23]. Todos, como peregrinos, estamos llamados a llegar de este modo a nuestro final, que no será sino nuestro Principio.”

El autor es académico del ITESO, Universidad Jesuita de Guadalajara – padilla@iteso.mx

Acerca de Hugo Rodríguez

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Reportero y Community Manager en Arquimedios Guadalajara. | Ciencias de la Comunicación y Administración de la Mercadotecnia. | Periodismo Deportivo. | Locutor en Valora Radio y Radio María. | Reportero y Columnista en TR Fútbol.

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