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Pbro. Armando González Escoto

La octava Asamblea diocesana añadió a la preocupación pastoral de la Iglesia de Guadalajara dos nuevas “periferias existenciales”: los sacerdotes en crisis y los ancianos abandonados, aunque con alguna frecuencia, los sacerdotes en crisis también puedan ser ancianos abandonados.

“Heriré al pastor y se dispersarán las ovejas”, enseña la Escritura. Un pastor herido ya tiene para comenzar una crisis de salud que le impide mantener unido al rebaño, pero un pastor herido  puede ser, por ejemplo, un pastor ausente o indiferente, o incapaz de involucrarse con su comunidad, por alguna crisis de identidad, de salud, o de pérdida del entusiasmo, que afecta su servicio y lo hace incapaz de seguir siendo el pastor de sus ovejas, vive aislado, se margina de la parroquia y del decanato, cumple con el mínimo y de mínima forma, tiene muchos que lo juzgan, pero nadie que le ayude, lo cual lo ubica en la periferia existencial.

Sacerdotes en crisis también pueden ser aquellos golpeados por el impacto económico de la pandemia, situación que puso a prueba la solidaridad y creatividad de las estructuras diocesanas, que no de la comunidad, siempre tan atenta a las necesidades de sus sacerdotes.

Es de notable importancia el que esta pasada Asamblea se haya dedicado a estudiar y analizar los múltiples retos y exigencias que una semejante realidad nos impone, pero sin duda que el mejor fruto se logrará si a la vez se analizan las causas que producen estos escenarios críticos, evitando así que estas realidades se sigan produciendo.

A este respecto, debemos recordar que una causa frecuente de diversas crisis viene de salir del Seminario con una formación que no responde a las necesidades reales de la comunidad, y hace del ministerio un servicio cada vez más rutinario y estéril. Esta sensación de no lograr resultados, de no poder incidir en una sociedad secularizada, de perder convocatoria, de ni siquiera entender a fondo lo que está ocurriendo, produce desánimo e incluso deserciones, también el acomodamiento y la mediocridad de quienes ante el fracaso pastoral, se declaran en permanentes vacaciones, sin dejar el ministerio. La respuesta ante estos hechos suele ser la murmuración y la condena, por lo menos antes de que se proclamara la Gran Misión de la Misericordia.

Ahora la diócesis se ha aplicado por varios días a analizar también esta periferia existencial tan dentro de la misma Iglesia; se meditaron los retos y las exigencias por decanatos y vicarías, y se podrán seguir meditando por tiempo indefinido, sin que se produzcan mayores resultados, a menos que se establezcan igualmente los “cómos”, los medios concretos, las personas responsables, los tiempos, y las formas de evaluar los recursos y sus resultados, y que quienes tienen el encargo de cerciorarse de que las cosas se cumplan, lo hagan, y haya consecuencias prácticas inmediatas, a no ser que el único objetivo de una Asamblea Diocesana sea celebrarla, informar a la Santa Sede que se hizo, y olvidarla.

armando.gon@univa.mx

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1 comment

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Ramiro Figueroa Loza julio 10, 2021 - 1:58 pm

Excelente análisis: difícilmente podría ser superada esta lúcida, objetiva, realista (y desilusiónante, a la vez) visión de una realidad cada vez más frecuente en las comunidades parroquiales.
Ahora esperemos que el alto clero y dónde se toman las decisiones, sea sensible y receptivo a estas dolorosas realidades y permita, autorice y anime a las estructuras orgánicas diocesanas y parroquiales a intervenir con programas realistas de abordaje, estímulo para la solución y soluciones mismas de esta preocupante realidad.
Muchos laicos quisiéramos participar en la solución de estos problemas, pero los curas no nos pelan. Casi siempre las “soluciones” propuestas por las “Asambleas parroquiales”, son hechas a la carrera, manipulando a los laicos para que resuelvan lo que el cura y los vicarios ya tenían concluido de antemano, sólo para cumplir, pero no para solucionar los problemas.
Me apunto, si consideran que fuera de utilidad, mi participación en algunos aspectos de la solución. He atendido en consulta a algunos sacerdotes y laicos y, ha mejorado mucho su autoestima, su deseo de trabajar y su lucidez para continuar ejerciendo su ministerio. Vale la pena, pues, que la valoren si desde su punto de vista si esto que propongo pudiera servir.
Escribí un libro sobre la experiencia de una parroquia y sus ministros en la implementación de las recomendaciones e instrucciones del Concilio Ecuménico Vaticano II. Ahí se narran varios hallazgos que creo servirían todavía en la actualidad.
Si el anuncio del Reino no es significativo para los laicos, inútilmente se anuncia. Así se invierta mucho trabajo. Es la hora de los laicos y la hora de que el clero, sobre todo el político, nos deje participar.

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