Aunque inicialmente su madre se opuso a su vocación religiosa, él tenía una meta clara: alcanzar la santidad.
Carlos Benjamín Hernández Corona
1° Teología
La santidad es el adorno de tu casa (Sal 93,5).
Como bien sabemos, los santos son hombres y mujeres que encontraron en Cristo un amigo al cual hay que imitar. Recordamos en este mes de octubre el testimonio de san Gerardo de Mayela, quien nació el 6 de abril de 1726 en la ciudad de Muro, Italia. Sus padres fueron Domingo y Benita, sastres de profesión, de escasos recursos económicos, pero de muy cristianas costumbres.
GRAN AMOR MARIANO Y POR JESÚS ECUARISTÍA
Desde muy pequeño se sintió atraído por el amor maternal de la Madre de Dios, a la cual frecuentemente visitaba. Cuenta una biografía que, cuando apenas tenía siete años, un día se acercó a comulgar en Misa y, como el Sacerdote no le dio la Comunión, esa misma noche, ante su deseo apasionado de recibir a Cristo en la Comunión, Dios permitió que el Arcángel Miguel le llevara la Sagrada Eucaristía. Doce años tenía Gerardo cuando murió su padre, dejándoles en muy difícil situación, por lo cual su madre le pidió dejar sus estudios y lo puso de aprendiz de sastre. Quedó a cargo de un Obispo.
Un día se le cayó accidentalmente en un pozo profundo de agua la llave de la casa del Obispo. Con serenidad, metió una imagen del Niño Jesús, atada a una cuerda. Al sacar la imagen, el Niño Jesús traía la llave en la mano.
SU VOCACIÓN RELIGIOSA Y EL LLAMADO A LA SANTIDAD
En 1749 llegaron a su pueblo los misioneros redentoristas, recién fundados por el Obispo Alfonso María de Ligorio. Gerardo trató de ganarse la simpatía de aquellos misioneros. Su madre se opuso a la vocación religiosa de su hijo y lo llegó a encerrar en su habitación, pero Gerardo, haciendo una cuerda con sus sábanas, se descolgó por la ventana dejando un recado a su madre: “Madre no te preocupes por mí; voy a hacerme santo”, y después de tanta insistencia fue aceptado por los misioneros. Recibió la sotana y pronunció los votos de pobreza, castidad y obediencia.
El joven cultivó la meditación y contemplación de la Pasión de Cristo, aceptando también mortificaciones. Ayudó con su oración a mujeres con embarazos de alto riesgo, por ello, hoy en día es patrono de las mujeres embarazadas o que desean concebir.
El 15 de octubre de 1755, con 29 años, cayó gravemente enfermo y dijo: “hoy es recreo, por ser fiesta de santa Teresa; mañana también lo será, porque moriré yo…”, y dando las primeras campanadas de la media noche, expiró.
Fue beatificado en 1893 por el Papa León XIII, y canonizado por el Papa san Pío X en 1904.
¿QUÉ PODEMOS APRENDER DE ÉL?
1.- Su apasionado amor a la Santísima Virgen María.
2.- Su inmensa devoción por la Sagrada Eucaristía que le llevó a ser siempre dócil a la voluntad de Dios.
3.-Su constante caridad. Buscó descubrir siempre a Cristo vivo en el hermano.
