Fabián Acosta Rico
Chávez no cayó en la tentación de querer nacionalizar a la Iglesia Católica; en paralelo el Comandante favoreció la construcción de un culto entorno a su persona. Durante el traslado de los restos de Simón Bolívar a Venezuela; los veló abrazado al féretro. El acto ilustra la conformación de una trinidad sagrada: Cristo, Bolívar y Hugo Chávez. Ese abrazó, en sus significaciones simbólicas y religiosas, representó la trasmigración del espíritu del Caudillo insurgente al Comandante; quien en este secular rito asumía tácitamente la responsabilidad de liberar a todas las naciones de la América Latina.
Pero para ser elevado a una dignidad superior; a la de Santo, necesitaba padecer y morir; y así ocurrió, un cáncer terminal segó su existencia el 5 de marzo de 2013; moría el hombre y nacía el mito y con él, el culto; era él, el elegido, el primer mártir de un panteón en construcción.
El hombre era venerado ya en vida por los sectores populares del pueblo venezolano; su muerte temprana lo consagraba a la más alta dignidad en el relicario nacional. ¿Qué le faltaba para consumar su apoteosis o “divinización”? Un altar, un santuario, un secular templo… Lo tuvo y casi de inmediato; en la Parroquia 23 de enero, el jueves Santo del 2013, fue inaugurada una capilla a la que dieron el nombre de: Santo Hugo Chávez (Rodriguez, 2015).
Exagerado sería decir que nacía así una nueva religión; lo que en verdad surgía era todo un culto nacional que adjetivó a Cristo como el “redentor de los pobres”; y que tiene por santo a Santo Hugo Chávez del 23; cuyos devotos le oran en imágenes de cera, yeso o cerámica que se vende en tiendas de artículos religiosos, espiritistas o santeros; hay también rosarios con su rostro. (Lozano, 2013)
El líder carismático que presumía el haber sido monaguillo de pequeño; que citaba las Sagradas escrituras por obvias razones ya no estaba a cargo de la sacralización del estado socialista bolivariano; pero, su persona y la tributación de religiosidad popular que recibía ayudaron a consumar esta tarea; que otros continuaron con igual fervor o fanatismo especialmente comprometida estaba clase política chavista sirva de ejemplo de este compromiso el acto casi blasfemo realizado por el Partido Socialista Unidos de Venezuela durante su III Congreso en el que divulgó un Padre Nuestro alterado que hacía referencia y homenaje a Hugo Chávez. (Rodriguez, 2015)
Muerto y trascendido, la figura y legado del Comandante quedaron al servicio del Estado bolivariano; el prócer y el régimen consumaron ambos una unión indisoluble que, con cierta ingenuidad, comprendió y supo asumir Nicolás Maduro. Dadas las circunstancias y las particularidades de la Venezuela chavista, a Maduro no le bastaba, para garantizar su legitimidad como presidente, el voto mayoritario del pueblo; le faltaba el sufragio más importante el de su antecesor “San Hugo Chávez”; sólo éste lo convertiría en el nuevo líder carismático, en el sucesor por sagrada elección. Los muertos obvio no votan; más la mitificación del personaje, ayudo a darle una credibilidad al menos simbólico-religiosa al supuesto encuentro post mortem entre Chávez y su sucesor. Afirmó Maduro que un encuentro celebrado en casa natal del Comandante, en Barinas, éste se le apareció en forma de un pequeño pajarito. Este “profeta” de un divinizado Chávez, platicaría esta experiencia el 2 de abril de 2013 ante los hermanos del Comandante. Milagros, verdaderos o ficticios, necesita todo culto y aquí teníamos supuestamente uno; Maduro describió que en su encuentro, o casi epifanía, sintió el espíritu de Chávez materializado en aquella ave dirigiéndose a todos los venezolanos, advirtiéndoles que la batalla iniciaba pero que él, desde lo alto les dispensaba sus bendiciones”. (Rodriguez, 2015).
Habrá más apariciones como ésta e incluso, después de las elecciones que llevaron a Maduro a la presidencia, en las obras de ampliación del metro de Caracas una de las paredes presentó contornos y manchas que se asemejaban al rosto de Chávez según la interpretación exaltada que daba el presidente, mostrando una fotografía de la supuesta revelación. (Rodriguez, 2015)