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Pbro. Adrián Ramos Ruelas

A lo largo de la historia somos testigos de cómo la mujer ha destacado en diversos campos, hasta hace poco impensables, como lo es el de la ciencia. María Curie, primera mujer en obtener un premio nobel, y primer ser humano en obtener dos premios nobel (en física y química), es sólo un elocuente ejemplo.

En la vida espiritual, son muchas ya las mujeres que han sido declaradas santas por la Iglesia por su vida de caridad. Una de ellas es santa Francisca Romana.

Nacida en Roma en 1384, esta mujer poseía en grado extraordinario el don de ganarse el amor y la admiración de cuantos la trataban. Fue una niña que vivió con todas las comodidades, pero con una sólida instrucción religiosa.

Pese a su vocación religiosa, por obediencia paterna, aceptó casarse con un noble italiano, con quien procreó tres hijos. Sin embargo, su matrimonio no fue obstáculo para practicar la virtud de la caridad con los más pobres y la oración constante.

Pronto llegó la desgracia para la familia de la santa: su esposo y su cuñado fueron hechos prisioneros y la familia entera entró en la pobreza, pero eso no impidió que Francisca continuara asistiendo a pobres y enfermos. Luego de la muerte de su primer hijo, la santa decidió convertir su casa en hospital y Dios premió sus oraciones y trabajos concediéndole el don de sanar a los enfermos.

Francisca formó una congregación de mujeres que vivieran en el mundo sin más votos que la obligación de consagrarse interiormente a Dios y al servicio de los pobres, la que llevó el nombre de la orden de Oblatas de María. Su casa principal fue un edificio que todavía existe en Roma llamado “Torre de los Espejos”.

La santa falleció en la primavera de 1440, luego de llevar una vida de austeridades, entrega y oración.

Su fiesta se celebra el 9 de marzo.

¿Qué podemos aprender de esta santa?

1.- Antes que nada, su caridad. Esa gran sensibilidad mostrada a los pobres y enfermos la motivaron a fundar su propia comunidad religiosa.

2.- Su obediencia. Aceptó la voluntad de su padre al contraer matrimonio, lo cual no impidió desplegar su corazón misericordioso sobre los más necesitados.

3.- Su ejemplaridad. Una vida de oración, de abnegación y entrega fue suficiente para que muchas otras siguieran un camino de especial consagración.

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