PBRO. ADRIÁN RAMOS RUELAS
San Juan Bosco decía que las dos alas para llegar a la perfección cristiana, es decir, la santidad, son la santa Eucaristía y la devoción a María. Así lo han entendido muchos de nuestros santos.
Veamos algunos ejemplos:
Santo Tomás de Aquino (1224-1274), dominico, ha sido uno de los más grandes devotos y teólogos de la Eucaristía. Según datos históricos, sabemos que era en su comunidad «el primero en levantarse por la noche, e iba a postrarse ante el Santísimo Sacramento. Era su devoción predilecta. Celebraba todos los días, a primera hora de la mañana, y luego oía otra Misa o dos, a las que servía con frecuencia».
Desde el siglo XIII, en el que aparecen las órdenes mendicantes: franciscanos y dominicos, los grandes maestros espirituales, han enseñado siempre la relación profunda que existe entre la Eucaristía –celebrada y adorada– y la configuración progresiva a Jesucristo. Recordaremos sólo a algunos. Podemos añadir las extraordinarias experiencias de encuentro con Cristo en la Eucaristía de nuestro mártir mexicano san José María Robles Hurtado, en el siglo XX.
El franciscano Roger Bacon (+1294), la terciaria franciscana santa Ángela de Foligno (+1309), los dominicos Juan Taulero (+1361) y Enrique Suso (+1365), el canciller de la universidad de París, Juan Gerson (+1429), Dionisio el cartujano, el doctor extático (+1471), se distinguen también por la centralidad de la devoción Eucarística en su espiritualidad.
La Devotio moderna, tan importante en la espiritualidad de los siglos XIV y XV, es también netamente Eucarística. Podemos comprobarlo, por ejemplo, en la obra del Canónigo agustino Tomás de Kempis (+1471), con su famoso libro La Imitación de Cristo.
San Ignacio de Loyola (1491-1556), personalmente y a través de la Compañía de Jesús, fomentó mucho en el pueblo cristiano el amor al sacramento Eucarístico.
Santa Teresa de Jesús (1515-1582) tiene también una vida espiritual muy centrada en el Santísimo Sacramento. Ella, que tenía especial devoción a la fiesta del Corpus (Vida 30,11). La Eucaristía la fortalecía en medio de sus tentaciones, cansancios y angustias.
San Juan María Vianney, el santo Cura de Ars (1786-1859), vivía entre la Eucaristía y el Confesonario. Su devoción a nuestro Señor, presente en el Santísimo Sacramento, era verdaderamente extraordinaria, afirmaba San Juan XXIII.
El Padre San Pío de Pietrelcina vivía la santa Misa con tal profundidad que se identificó con el mismo Cristo que sufría en el Calvario.
El beato Carlo Acutis señaló que la Eucaristía es la “autopista” para llegar al Cielo. Se dedicó a promover en sus redes los milagros Eucarísticos. Ni qué decir del amor Eucarístico de los más recientes Papas: San Juan Pablo II y Benedicto XVI. Ambos promovieron bellamente el culto Eucarístico en su magisterio petrino.
Enseñanzas al estar ante el Santísimo Sacramento:
- La oración ante el Santísimo ensancha el corazón y lo llena de amor.
- Hay correspondencia de amor de la creatura hacia su Señor.
- En la Eucaristía se renuevan las fuerzas. Es fuente de consuelo y de paz.
