
Pbro. Adrián Ramos Ruelas
A casi 80 años de finalizar la Segunda Guerra Mundial, con la catástrofe provocada por la bomba nuclear en Hiroshima y Nagasaki, nadie pensaría que, en medio de esta desgracia provocada por el mismo hombre, surgirían nuevos santos.
Entre ellos contamos al presbítero franciscano San Maximiliano María Kolbe, que dio su vida por un hermano prisionero condenado a morir en los campos de concentración de Aushchwitz.
Este excelente hombre fue enviado al campo de concentración de Auschwitz. Cierto día se escapó un prisionero y los alemanes, para dar muestra de severidad, escogieron a diez prisioneros para ser condenados a morir de hambre. El décimo número le tocó al sargento Franciszek Gajowniczek, polaco también, quien exclamó: “Dios mío, yo tengo esposa e hijos”.
Ante esto, el Padre Maximiliano ofreció intercambiarse por el condenado. El sacerdote fue llevado a un subterráneo, donde alentó a los demás presos a seguir unidos en la oración. Todos murieron y solo él quedó vivo. Al final, los nazis le aplicaron una inyección letal que acabó con su vida el 14 de agosto de 1941.
Por otra parte, la santa carmelita Edith Stein (Teresa Benedicta de la Cruz), también murió en los campos de concentración.
Las fuerzas nazis de ocupación declararon a todos los católicos-judíos como “apátridas”. Entonces un cuerpo militar nazi ingresó al convento carmelita y se llevó a Edith junto con Rosa, su hermana, al campo de concentración de Auschwitz, junto a unos mil judíos.
Inmediatamente los prisioneros fueron conducidos a la cámara de gas y Santa Edith partió a la Casa del Padre el 9 de agosto de 1942, ofreciendo su vida por la salvación de las almas, la liberación de su pueblo y la conversión de Alemania.
Además, el 13 de junio de 1999, el Papa Juan Pablo II beatificó, en Varsovia, a 108 mártires de la última Guerra Mundial en Polonia, y estableció que su fiesta se celebrara el 12 de junio. Entre ellos hay 3 obispos, 52 sacerdotes diocesanos, 26 sacerdotes religiosos, 3 clérigos, 7 religiosos no sacerdotes, 8 religiosas y 9 personas laicas.
“El odio a los polacos se mezcló con el ataque a la Iglesia Católica, que representaba un inconveniente obstáculo a la implementación de la insana visión de Hitler sobre la raza y la vida política y social”, afirma el P. Kaczmarek.
Por tanto, varios santos y beatos, han sido no el fruto de una guerra, sino el fruto del Evangelio vivido en un contexto de persecución. Ellos fueron santos desde el día que le abrieron su corazón a Dios y prometieron serle siempre fieles, siempre.
Enseñanzas para nosotros
- Estar preparados para dar testimonio del Señor en momentos de adversidad.
- Pedir constantemente al Espíritu Santo la fortaleza para perseverar en nuestra vida cristiana.
- Inspirarnos en estos santos generosos para valorar más y mejor la vida y la fe que tenemos como regalos venidos de Dios.