Pbro. Adrián Ramos Ruelas
Jalisco ha sido una tierra de gente recia y piadosa. Es gente honesta, de familias honradas. Este tipo de familia dio en el siglo pasado grandes hombres de fe y hasta mártires. Ellos ahora son reconocidos como tales y puestos como inspiración para el seguimiento de Cristo en un mundo secular, que se va apartando de los criterios del Evangelio.
Ezequiel Huerta Gutiérrez nació en Magdalena, Jalisco, el 6 de enero de 1876. Hijo de Isaac y Florencia, comerciantes. Tuvo cuatro hermanos, dos de ellos sacerdotes, José Refugio y Eduardo, Carmen, y otro compañero de martirio, Salvador.
Fue un muchacho de temperamento tranquilo, genoroso y sociable. Desarrolló muy pronto el sentido de la belleza. Tenía apertura a lo trascendente y hacia la piedad cristiana. Su madre le educó en una especial devoción a la Virgen María.
Estuvo en la escuela del curato con monjitas y después en la primaria de la Parroquia. Jugaba mucho a celebrar misas y a cantar. Ya en Guadalajara, ingresó al Liceo de Varones. Pronto destacó por sus cualidades musicales. Su voz era estupenda. Aprendió composición y canto.
Se casó con María Eugenia García. Tuvieron diez hijos. Vivieron 23 años casados. Su familia era unida. Rezaban el rosario de rodillas. Era un padre muy hogareño. De él sus hijos recordarán su trato alegre, suave y cariñoso, su elegancia en el hablar y en el trato y hasta en las correcciones.
Muy devoto de la sagrada Eucaristía, comulgaba con frecuencia. Muy caritativo, compartía sus bienes entre los necesitados. Llegó a formar parte de la Adoración Nocturna.
Al agravarse la persecución religiosa, se quedó sin trabajo.
Fue aprehendido la mañana del 2 de abril de 1927; tenía dos hermanos presbíteros, Eduardo y José Refugio, los cuales eran muy respetados en Guadalajara. Cuando fue hecho prisionero, acababa de visitar la capilla ardiente donde era velado el cadáver del líder católico Anacleto González Flores. En los calabozos de la inspección de policía, lo torturaron hasta hacerlo perder el conocimiento. Cuando volvió en sí, expresó sus lamentos cantando el himno eucarístico: “Que viva mi Cristo, que viva mi Rey”.
La madrugada del día siguiente, 3 de abril, fue trasladado, junto con su hermano, al cementerio municipal; se formó el cuadro para la ejecución; había llegado la hora. Ezequiel dijo a su hermano Salvador: “Los perdonamos, ¿verdad?”. “Sí, y que nuestra sangre sirva para la salvación de muchos”, repuso el interpelado; una descarga de fusilería cortó el diálogo. Muy cerca de ese lugar, la esposa de Ezequiel escuchó los disparos; ignoraba quiénes eran las víctimas; con todo, reunió a su numerosa familia: “Hijitos, vamos rezando el rosario, por esos pobres que acaban de fusilar”.
¿Qué podemos aprender de él?
- Su exquisita sensibilidad para las cosas de Dios.
- Su extraordinario talento musical puesto al servicio de la liturgia.
- Su trato fino y amable y su admirable piedad.