Juan José Doñán
Algo que se debe reclamar a las autoridades de la comarca es su grave descuido o negligencia mientras avanzaban –a paso de tortuga, pero avanzaban– las obras de la Línea 3 del Tren Eléctrico Urbano, durante poco más de seis años. Y es que, como es bien sabido, hasta la fecha tales obras no sólo han causado graves daños en casas habitación, en inmuebles patrimoniales y en incontables negocios (a muchos de los cuales no les quedó otra opción que el cierre definitivo), con el agravante de que las retrasadas obras acabaron desfigurando también zonas y corredores enteros de la ciudad, afeando el paisaje urbano.
Lo que afea
El caso más reciente de esta grave desatención de nuestras autoridades, las cuales se han querido lavar las manos con el pretexto de que se trata de “una obra federal”, es lo que acaba de ocurrir en la plaza de Armas, en donde a los proyectistas de la mencionada nueva línea del Tren Ligero se les ocurrió instalar un aparatoso cajón metálico en una de las entradas de la estación Centro Histórico.
Ese estorboso y antiestético armatoste impacta física y visualmente a la más importante y antigua plaza pública de Guadalajara, la cual data de principios del siglo XVII. Y ello por varias y muy serias razones.
Una de ellas es que esa obra interrumpe la visual de la calle Pedro Moreno con esa pesada estructura metálica (de unos cinco metros altura, por diez de ancho y por veinte de largo), no muy distinta de la que se construyó, también sobre la misma rúa, a unos pasos al poniente de ese punto, entre Colón y 16 de Septiembre.
Otra de esas razones –y sin duda la más importante de todas– es que con dicho pegoste se altera de una forma burda y tonta (perdón por la redundancia) uno de los espacios abiertos más bellos, más característicos y más entrañables de la Guadalajara de hoy y de ayer, de la Guadalajara de hogaño y también de la de antaño: precisamente la plaza de Armas, con su quiosco art nouveau al centro de la misma, con la arquería del Portal Quemado al sur, con el Sagrario Metropolitana y la Catedral al viento norte, así como con la fachada frontal del Palacio de Gobierno al oriente.
Autoridades cierran los ojos
Aparte de la palabra cuico, la cual se usa en todo el país como término despectivo para denominar a un gendarme o a un agente policiaco, hay otra palabra no menos significativa de origen eminentemente local: estramancia. Esta palabra era utilizada con frecuencia por los tapatíos de antaño para referirse a una cosa que, aparte de estorbosa, es también inútil y fea.
Y sin incurrir en ninguna exageración, no otra cosa que una verdadera estramancia es el armatoste metálico que acaba de ser instalado en plena plaza de Armas, como añadido estorboso y antiestético a la más céntrica de las estaciones de la cacareada Línea 3 del Tren Eléctrico Urbano.
Esta desafortunada y ociosa obra es, ni más ni menos, que un grave atentado a una de las principales señas de identidad de Guadalajara; un atentado que acaba de perpetrarse con el consentimiento o la desatención culposa del presidente municipal tapatío (Ismael del Toro) y regidores que lo acompañan, así como del gobernador de Jalisco (Enrique Alfaro), quien en teoría despacha enfrente de donde ahora se localiza la estramancia de marras, aun cuando en la práctica lo haga en su búnker particular (en la distante Casa Jalisco), en donde no pareciera darse cuenta de los desatinos y desfiguros que se han venido perpetrando en la ciudad capital del estado que gobierna.
Con respeto al entorno
Y para evitar cualquier posible malentendido es necesario hacer una precisión: el presente reclamo no es porque se haya decido instalar uno de los accesos de la estación Catedral o Centro Histórico de la nueva línea del Tren Eléctrico Urbano en plena plaza de Armas, sino porque en lugar de que tal acceso se hubiera limitado a un discreto enrejado que rodera la escalera subterránea (semejante al que tienen, apenas a dos cuadras de ahí, los accesos de la estación Plaza Universidad de la Línea 2 del mismo Tren Ligero) se optó por construir un invasivo armatoste metálico, que sólo sirve para descomponer la plaza más antigua y característica de Guadalajara.
Antes de desfigurar la plaza de Armas, tanto los proyectistas de la obra como las autoridades de Jalisco, al igual que las del Ayuntamiento tapatío, debieron haber recordado cómo fue concebida la entrada de la estación del Metro que se localiza en pleno Zócalo capitalino, enfrente del Palacio Nacional y muy cerca de la catedral de la Ciudad de México. De haberlo hecho, habrían caído en la cuenta de que dicho acceso no altera el entorno con su muy discreto cancel, de menos de un metro de altura, el cual delimita la escalera subterránea que conduce a los andenes del Metro que se encuentran en el subsuelo.
No conformarnos
Quienes vivimos en esta ciudad no deberíamos resignarnos con un “¡ya ni modo!”, por el hecho de que la obra en cuestión ya esté terminada. No, es necesario exigir al gobernador de Jalisco y al presidente municipal de Guadalajara que, a su vez, pidan al titular de la Secretaría de Comunicaciones y Transporte que corrija ese grave desatino. O, si no, que la propia Secretaría de Obras Públicas del Estado o, en su caso, la dependencia similar del Ayuntamiento de Guadalajara, haga directamente la enmienda correspondiente.
Y, ya puestos en el plan de reintegrarle su dignidad al centro de Guadalajara, urge asimismo retirar el par de estramancias que, hace once años, el entonces alcalde interino (Juan Pablo de la Torre) permitió que se instalaran, como restaurant y fuente de sodas, en la vecina plaza de los Laureles. Estas estramancias, igualmente invasivas del espacio público, no sólo interrumpen físicamente la calle Morelos, sino que limitan también la vista de la Catedral y del Sagrario Metropolitano. El sentido común y la decencia dicen que ese negocio, de nombre Antigua, debería ser reubicado en uno de los tantos locales vacíos de la zona, a fin de que no siga invadiendo de manera permanentemente un espacio público, es decir, de un espacio que es de todos en general, pero de nadie en particular.
No descuidar nuestra casa
Desde su inauguración como Palacio de la Audiencia, en la última etapa de la Guadalajara colonial, el edificio que desde hace casi dos siglos ha sido la sede del Poder Ejecutivo de Jalisco (el Palacio de Gobierno), luce una antiquísima inscripción latina que, traducida al español, dice: “Si el Señor (con mayúscula, por referirse a la divinidad) no cuida la casa, en vano se afanan quienes la vigilan”.
Y a como están ahora las cosas, ese mensaje pareciera haber sido enviado desde la remota Guadalajara del siglo XVIII a la Guadalajara del año de la pandemia, para ser entendido de la siguiente manera: si el señor (con minúscula porque en este caso se trata del gobernador o del alcalde tapatío) no cuida la casa (es decir, la ciudad, que es la casa de todos), se lo deben reclamar con energía los demás por no cumplir con algo que, a todas luces, es su obligación.
5 datos de la Línea 3
Sistema del Tren Eléctrico Urbano
1. Inversión:
31 mil 500 millones de pesos. El transporte urbano más caro de México.
2. Tiempo de construcción
Inicio: 7 de agosto de 2014
Inauguración: 12 de septiembre de 2020
3. Capacidad
233 mil usuarios por día
4. Costo del traslado
$9.50
5. Conexión con Línea 1 y Línea 2
Línea 1: Ávila Camacho
Línea 2: Plaza Universidad (Guadalajara Centro)