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Pbro. Armando González Escoto

Este 28 de junio concluyó la séptima asamblea de pastoral de nuestra diócesis. Su organización y desarrollo fue impecable. El material, preparado con antelación, resultó excelente, los tiempos se sujetaron a un ejercicio dinámico y bien cortado, la participación fue activa; aun, si sólo eso hubiera sido el objetivo, bastaría para asegurar un buen aprendizaje en lo que es la pedagogía participativa para la toma de decisiones pastorales.

Durante los trabajos, laicos y consagrados plantearon cuestiones que merecerían ser posteriormente analizadas, una de las más constantes fue la necesidad de evaluar no solamente la asamblea en sí, sino todo el proceso pastoral, a siete asambleas de distancia; para averiguar, por ejemplo, si la asamblea dedicada a la renovación de las estructuras, produjo realmente su renovación. A este respecto, llamó la atención la publicación -en el cuaderno guía- de los resultados de una encuesta diocesana que cubrió un amplio número de participantes. Esta encuesta debe llevar a una evaluación profunda del proceso, ya que sus resultados oscilaron, casi siempre, entre un cincuenta por ciento de respuestas positivas, y un cincuenta por ciento de respuestas negativas; es como decir que, media diócesis conoce y aprecia el proceso y la otra mitad lo ignora, mientras que la mayoría carece de herramientas para poner en práctica sus directrices.

En los plenarios que se abrieron a la participación, se mencionaron algunas fallas como, el ausentismo en las actividades de la Reunión Conjunta; la falta de sinodalidad en algunas parroquias y que, a pesar de los años, siga sin operarse el Plan Diocesano ya en la realidad, acaso por falta de capacitación, tema también recurrente.

El propósito de la VII asamblea era elegir un valor del Reino y sugerir formas concretas de operarlo, de igual modo se indicaba la posibilidad de decidirse por un evento detonante que nos involucre a todos en una “misión”, aunque, si las enseñanzas de Aparecida todavía están vigentes -cosa que ignoro- se supone que todos estamos, desde entonces, en “misión permanente”.

El valor elegido fue la misericordia, pero la operación se confundió con las “obras de misericordia”; en efecto, una cosa es ir a las “periferias existenciales” con una actitud de misericordia, no de juicio y de condena, y otra muy distinta son las obras específicas de misericordia, muchas de las cuales no son requeridas en dichas periferias. Seguramente la Reunión Conjunta analizará y aclarará este asunto.

Concluyó la Asamblea con la recepción de la imagen de Nuestra Señora de Zapopan y la solemne eucaristía. Sin embargo, la presencia de la Virgen careció de una iluminación pertinente; de una reflexión teológica que la vinculara con el proceso pastoral de la diócesis, con elementos que ayudaran a los asambleístas a descubrir la importancia eclesial y evangelizadora de este símbolo identitario; esa ausencia de iluminación, fue como decirle a la Virgen que no son necesarios sus servicios, y que su presencia bien podía reducirse a la de objeto decorativo. Sin duda una oportunidad perdida.

@arquimedios_gdl

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