Jesús nos invita a ser valientes, a que no tengamos miedo a cumplir nuestra tarea de ser sus discípulos.
Que no tengamos miedo a que nos rechacen y nos desprecien porque predicamos el Evangelio, porque para muchos es incómodo escuchar lo que Dios pide.
Es una invitación a no tener miedo de la indiferencia y del ánimo adverso en el que se encuentra mucha gente cuando predicamos su Palabra. Es un llamado a no tener miedo de ser evangelizadores ante un mundo que se cierra en el egoísmo, el consumismo y el materialismo, que se cierra a las verdades sublimes del Evangelio.
Jesús nos dice que no tengamos miedo a vivir la fe cristiana, al qué dirán, a las críticas; que no dejemos de ser sus discípulos porque supuestamente vamos contra corriente, sino que vivamos nuestra fe, no con arrogancia, sino con humildad, sin temor.
Esta vivencia la debemos llevar a cabo en la familia, en la calle, en el lugar de trabajo, en los negocios, en el lugar de recreación, donde nos encontremos.
Tal vez la gente nos critique, pero no tengamos miedo, porque el miedo a lo que dicen y opinan los demás nos inhibe y nos cohíbe para ser auténticos discípulos de Jesús.
Cosas que nos nacen del corazón, por la luz de nuestra fe, erróneamente no las hacemos porque muchas veces pensamos que se pueden incomodar los demás.
Cuando nos invade este miedo a ser auténticos cristianos, vamos cediendo.
Si se trata, por ejemplo, del aborto, lo vamos permitiendo, porque decimos que es algo que se impone, sucumbimos a la opinión de que el aborto es bueno, y terminamos cediendo, aunque seamos cristianos en favor de la vida.
Siendo cristianos, acabamos cediendo, también, ante el matrimonio que no es entre un hombre y una mujer, y no lo defendemos, acabamos admitiendo que eso es lo que debe prevalecer, porque nos da miedo defender lo contrario, y presentar nuestra convicción. Cuando acabamos cediendo ante el temor de la opinión de los demás, terminamos por despojar al cristianismo de lo más esencial, nos convertimos en cristianos sólo de nombre.
Que no tengamos miedo de ser auténticos cristianos, no para decir que somos buenos y los demás malos, sino para mostrar nuestras convicciones.
Aunque puedan matar el cuerpo, pero no el alma, capaces de tolerar el sufrimiento, pero sin ceder a nuestra convicción moral. Es lo que hicieron los mártires, que fueron capaces de aguantar los dolores más crueles de su cuerpo, pero no cedieron en las convicciones de su espíritu. Tengamos miedo a los que nos pueden robar nuestras convicciones.
Tenemos que reconocer con humildad que nuestra vocación cristiana se reduce a lo mínimo, es decir, a la práctica de ciertos sacramentos y devociones, porque nos da miedo hacer más, ante una cultura tan adversa al Evangelio. Revisemos nuestra calidad de vida cristiana, e identifiquemos nuestros miedos para vivir la verdadera vida cristiana, sabiendo que el que niegue a Jesús delante de los demás, quedará excluido de que lo reconozca un día el Padre. Son palabras duras, pero que nos invitan a la coherencia, a la verdad de nuestro ser de seguidores de Jesús.
Yo les bendigo en el Nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo.