Sergio Padilla Moreno
Cuando se escribe una columna se pretende dar un mensaje que en ocasiones tiene diversos niveles de profundidad según el tipo de lectura que se haga de ella. Hoy el mensaje quiere ser claro: como católicos y también los no católicos pero interesados en los problemas de nuestro mundo, es fundamental, indispensable y obligado leer, estudiar, reflexionar, dialogar y, lo más importante, hacer vida a lo que nos invita el Papa Francisco en su Carta Encíclica Laudato si´ sobre el cuidado de la casa común, que salió a la luz en mayo de 2015, pero que ha sido leída, desgraciadamente, todavía por muy pocos. Y es que los signos de los tiempos nos urgen a la conversión ecológica a que nos invita el Papa: incendios en el Amazonas y en nuestro bosque de La Primavera, la desaparición del glaciar Okjökull en Islandia, etcétera. Muchas de estas desgracias causadas por decisiones y omisiones humanas. Es cierto que estos temas nos preocupan y nos indignan, pero parece que todo queda en encendidos reclamos y críticas en redes sociales, pero nada más.
El arte puede ser un buen instrumento para que afinemos nuestra mirada e interés en, como dice el papa, “proteger nuestra casa común”. En la biografía de muchos de los más grandes compositores de la historia se da testimonio de su fascinación y búsqueda de contacto con la naturaleza, tanto para encontrar venas de inspiración para su obra como a fin de crear la atmósfera propicia para componer. Sabemos que Ludwig van Beethoven hacía frecuentes paseos a parajes boscosos cerca de Viena para encontrar momentos de inspiración y sosiego. El compositor Gustav Mahler hizo construir una pequeña cabaña a orillas del lago Attersee, en Austria, donde se alojaba por largos periodos en los veranos para componer sus sinfonías por su conciencia de la importancia del contacto permanente con la naturaleza. Muchas obras musicales se han acercado con sonidos instrumentales y colores orquestales a los ritmos de las estaciones, al discurrir del día desde el amanecer, el ocaso y la noche; el fluir de los ríos, la vida de los animales, la majestuosidad de las montañas, la fuerza de las tormentas y del viento, además de la lucha por la vida de los hombres del campo.
Una de las obras más paradigmáticas de la relación entre la música y la naturaleza es la Sinfonía no. 6 en Fa mayor, op. 68, compuesta en 1808 por Ludwig van Beethoven (1770-1827) es conocida como “Pastoral”. Esta pieza es uno de los primeros intentos en el romanticismo musical por describir con sonidos las más diversas realidades; aunque el propio Beethoven dijo que, en esta sinfonía, más que describir ciertos paisajes naturales y escenas bucólicas, quiso expresar los sentimientos y emociones que la naturaleza provocaba en su alma.