Gustavo Alexis Márquez, Corresponsal, Roma, Italia
Eran tiempos de terribles divisiones sociales. El 7 de diciembre del año 374, en una iglesia de Milán, la discusión era animada. La difícil designación de un nuevo obispo para la ciudad, entonces capital del imperio romano de Occidente había aumentado la distancia entre católicos y arrianos. Los arrianos negaban la divinidad de Cristo, afirmada por los católicos. Esta división suponía un grave obstáculo a la hora de elegir un pastor que pudiera representar a ambas partes.

Para hallar una mediación, fue llamado el gobernador de Lombardía, Liguria y Emilia, conocido por su imparcialidad y equidad. Se llamaba Ambrosio, nacido en el año 340 en Trier (Alemania), hijo de una familia romana cristiana, tercero después de dos hermanos, los santos Marcelina y Satiro.
Ambrosio cursó en Roma estudios jurídicos, siguiendo los pasos de su padre, que era prefecto de la Galia. Es así como aprendió oratoria y literatura greco-latina.
Sus éxitos en la carrera de Magistrado y su capacidad para gestionar incluso las controversias más difíciles lo convirtieron en el candidato ideal para moderar el encendido debate sucesorio que comenzó tras la muerte del obispo arriano Asencio.
La invitación al diálogo de Ambrosio convenció al pueblo y evitó que se desatara un grave conflicto. Pero cuando el gobernador pensaba que había concluido su trabajo con éxito, sucedió algo que nadie había previsto: en medio de la multitud se oyó la voz de un niño, a la cual toda la asamblea hizo eco: “¡Ambrosio Obispo!”. Católicos y arrianos habían encontrado inesperadamente un acuerdo. Ambrosio ni siquiera era cristiano.
ASEGURAR LA COMUNIÓN CON LA SEDE APOSTÓLICA
En tiempos recientes, he escuchado de algunos, que cuando la Iglesia propone la reflexión sobre la sinodalidad, parecería una tendencia a la “democratización” en la Iglesia, como si, por ejemplo, los Obispos como fue el caso de Ambrosio, debieran ser elegidos por el “voto” de los fieles. Sin embargo, acudiendo al mismo ejemplo, nos damos cuenta que la respuesta de la Iglesia de reservar la elección de los obispos al Papa, fue precisamente por el problema que hubo en Milán y en tantos otros lugares, donde la misma comunidad cristiana no lograba el acuerdo; de ahí que el Papa se reserva el nombramiento de los Obispos asegurando así la comunión con la Sede Apostólica y buscando siempre la idoneidad de los elegidos.
De modo pues que el proceso sinodal al que nos llama el Papa Francisco no pretende “restar” poder a la jerarquía ni menos “empoderar” al Pueblo de Dios. Esta dialéctica confrontativa no es ni siquiera cristiana. La Iglesia reflexiona sobre la sinodalidad que implicará un cambio de actitudes de todos, porque implica una mayor escucha, de todos de los pastores para con el pueblo del que son parte y de los fieles hacia los pastores; implica una mayor aprecio por el trabajo y el esfuerzo del otro sin distingos; implica una mayor articulación y colaboración entre las instancias de la pastoral, parroquias entre sí, comisiones y dimensiones con las parroquias y viceversa, intercambio real de recursos físicos, intelectuales y económicos; implica un caminar juntos superando la visión de “cacicazgos” en los grupos parroquiales y entre las mismas parroquias.
“La sinodalidad, en este contexto eclesiológico, indica la específica forma de vivir y obrar (modus vivendi et operandi) de la Iglesia Pueblo de Dios que manifiesta y realiza en concreto su ser comunión en el caminar juntos, en el reunirse en asamblea y en el participar activamente de todos sus miembros en su misión evangelizadora”. (Comisión Teológica Internacional, La sinodalidad en la vida y en la misión de la Iglesia, 6)
UN LUGAR DE ENCUENTRO
El sínodo próximo hará una llamado, seguramente con sus propuestas y lineamientos, a hacer de la comunidad eclesial un verdadero lugar de encuentro. Solo caminando juntos podemos hacer verdadero frente a los retos que la sociedad de hoy nos presenta como Iglesia.
Quizá una de las carencias que tenemos en la formación eclesiológica pueda ser que no hemos entendido bien la distinción y sus implicaciones entre corresponsabilidad, participación y cooperación. Buen tema por cierto para hablarlo en una próxima entrega.