
Para muchas personas, incluso muy piadosas, los cristianos, especialmente los Obispos y los Sacerdotes, debemos apartarnos de la política o de los problemas sociales. Piensan que no es tema para que la Iglesia tenga algo qué decir, pues su finalidad es rendirle culto a Dios, organizar algunas obras benéficas, adoctrinar en temas que ayuden a conseguir el Cielo… Incluso hoy, algunos ven con desprecio alguna intervención arguyendo que primero se deberían resolver los problemas internos de la Iglesia, antes de querer hablar de política o de los problemas sociales.
Esta forma de pensar llevaría, contrariamente a lo que enseña el Evangelio, a un socialindiferentismo, es decir, a una forma de pensamiento en donde los problemas sociales y políticos serían indiferentes a la Iglesia y, consecuentemente, debería mantenerse alejada de eso y enfocada en sus cosas espirituales, como si el cristianismo fuera solamente una escuela de interioridad y para pacificar corazones con esperanzas trascendentes; con la tentación de adormecer el ardor transformador de la realidad.
Esta actitud se trataría, por tanto, del triunfo de los masones jacobinos que pretendían borrar toda influencia de la Iglesia en la sociedad y, en el fondo, un regreso a las herejías dualistas y puritanas, que han llevado al divorcio entre fe y vida, porque separan la vida humana en dos campos irreconciliables, como si el cristiano lo fuera sólo los domingos y dejara de serlo en la vida ordinaria. Dos rieles jamás encontrados en la misma persona: por un lado cristiano, por otro ciudadano.
La realidad social no debe ser indiferente para los cristianos ni la vida política, como lo ha insistido permanentemente la Doctrina Social de la Iglesia; es más, los cristianos debemos meternos en la vida pública porque esa es la primera y más importante misión de los laicos, de los bautizados. Eso sí, no debe ser un meterse para aprender corruptelas, para granjearse privilegios, para imponer nuestra fe o religión en una sociedad plural, e incluso para evitar algún escándalo de la Iglesia o tapar los pecadillos de uno que otro Sacerdote u Obispo, como lo hacen algunos miembros de un partido eminentemente religioso de nuestra región que utiliza el poder político para medrar a favor de su causa.
Meterse a la vida social implica seguir el modelo de la Encarnación, pues el Hijo de Dios asumió en todo nuestra naturaleza humana, menos en el pecado. Meterse en política es saber construir la corresponsabilidad social en la búsqueda del bien común, de ser mejores ciudadanos y, así, ser también mejores cristianos. Cuántos buenos cristianos necesitamos entonces en la vida pública, se extrañan mucho, aunque la mayoría de los políticos dícense católicos. Urgen creyentes convencidos en que sólo desde la luz del Evangelio se puede transformar verdaderamente este mundo.
Tampoco puede ser una declaración de apoyo a partidos políticos que se ubican como de “derecha”, que muchas veces se adjudican algunas rasgos de catolicismo, porque desgraciadamente, cuando tuvieron la oportunidad de gobernar, no trasformaron la realidad, sólo vieron por sus intereses.