(Homilía 12 de octubre – 2da parte)
La Iglesia universal, comprometida con su acción misionera, la hemos asumido en nuestra Iglesia diocesana de Guadalajara. He proclamado solemnemente que estamos en un estado permanente de misión.
Recordamos unas palabras de san Juan XXIII, dichas hace 60 años: “La Iglesia católica quiere mostrarse madre amorosa de todos, benigna, paciente, llena de misericordia y de bondad”.
Con el Concilio Vaticano II, inaugurado en esa ocasión, se le abre a la Iglesia este camino de ser madre para todos, benigna, paciente con todos, y expresar siempre el rostro misericordioso de Dios.
Al ver los edificios que nos recuerdan el campo de las actividades humanas, vemos cuánto hace falta que los discípulos de Cristo introduzcamos con nuestra palabra, pero sobre todo con nuestro testimonio, el rostro misericordioso y paciente de Dios en todos los que ahí laboran.
Ya de violencia tenemos mucho, ya de rencores y venganzas tenemos demasiado, ya de divisiones no estamos contentos de vivir con tantas, lo que necesitamos experimentar es que somos hermanos, hijos del único Padre Dios.
Formamos una misma y única familia, y hemos sido distinguidos por el infinito amor de nuestro Padre, por lo que tenemos que ser signo, presencia y acción de la misericordia de Dios en el mundo.
Del Concilio Vaticano II retomamos, además, el tema de la oración. Somos, sí, el pueblo santo de Dios y nos une un hilo muy profundo y fino que es la misma y única fe.
Esta fe que se nos da como don que se acrecienta, se profundiza y se compromete con la fuerza de la oración.
Si no profundizamos en nuestra única fe por la fuerza de la oración, acabamos proponiendo ideologías
que se le ocurren a uno, que se le ocurren a otro, y todos dicen tener la verdad y la razón, pensando ser
el más santo, el más bueno, y todos los demás los sentimos malos.
La oración nos hace descubrir que la fe nos hermana y nos une por encima de nuestras miserias y pecados, por encima de nuestras pobrezas. La fe nos garantiza que Dios nos ama igual a todos, nos hace descubrir la grandeza y hermosura de ser una sola familia.
Si no partimos de aquí para buscar la paz, el progreso y lo mejor para nuestras vidas y para nuestro país, no lo vamos a lograr. Solo la fe, la visión misma de Dios en nosotros lo puede lograr. Esto es la fe, mirar la realidad como la mira Dios, lleno de amor, lleno de misericordia, de poder creador.
Cuando profundizamos en nuestra única fe por medio de la oración, el siguiente paso está dado, la misión. No podemos quedarnos con este tesoro en lo íntimo de nuestro ser, tenemos que compartirlo, darlo a conocer a todos nuestros hermanos.
Que la Virgen María, nuestra Reina y Madre de Zapopan, que llevó nueve meses en su seno al Camino, que lo dio a luz, que lo acompañó hasta la cruz, nos mantenga firmes y seguros, recorriendo el único camino, que es Jesucristo.
Yo les bendigo en el Nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo.