Pbro. José Marcos Castellón Pérez
La resiliencia es una de las cualidades humanas que nos distinguen de cualquier otra especie animal y significa la capacidad de regenerarnos y crear nuevas situaciones de vida a pesar de las adversidades.
Resiliencia es la potencia de la felicidad, en el sentido de que el espíritu humano no puede resignarse agazapándose a las circunstancias, sino que se sobrepone a ellas y de ellas aprende con entereza y fortaleza de ánimo. Aunque es un término propiamente de la psicología actual, hunde sus raíces más profundas en el misterio pascual, pues para nosotros los creyentes el misterio tenebroso de la cruz siempre viene iluminado por la luz pascual del Resucitado.
En este año 2020 no nos ha ido muy bien con eso de la pandemia del coronavirus ni sus consecuencias, hasta ahora del todo desconocidas. Las noticias son alarmantes de por sí: el creciente número de contagios en el mundo y el peligro de muerte que supone para las personas más vulnerables por la edad o alguna enfermedad crónica.
Aunado a esos factores de la salud, ya preocupantes, se constata la crisis económica por la que ya están pasando muchas familias que han visto perder su trabajo y su patrimonio, los malos augurios de los economistas a nivel internacional y nacional de una muy lenta recuperación y, en la reciente semana, en el sur y centro de la República hubo un terremoto de considerable magnitud. El horizonte parece casi apocalíptico, si le sumamos las carreras partidistas en la lucha política que parece ser el particular interés de quienes están en el poder.
Sin duda, un año difícil… Un tiempo de prueba, sobre todo para quienes han perdido a un ser querido por motivo de la pandemia o para quienes han experimentado en carne propia, ya no la estadística, sino los síntomas de la enfermedad, para quienes ya no les alcanza el guardadito o están viviendo este momento con angustia y pánico.
Pero lo último que podemos los cristianos es sentirnos derrotados o vencidos, al contrario, es donde nuestra confianza en el poder y bondad de Dios nos debe llevar a buscar las mejores respuestas para estos momentos. Para ello, debemos ejercitarnos tanto de forma personal como en familia en la oración, en la capacidad de escucha, traducida en el diálogo abierto y en la reflexión serena, en la capacidad de perdón, de tolerancia familiar, de aprovechar el tiempo para el crecimiento humano y fortalecer los lazos del núcleo familiar; de forma especial y urgente, en la solidaridad con los más cercanos, con aquellos de nuestra familia o vecindario que sabemos que la están pasando mal, sea en lo económico, en la salud o en lo psicológico.
Urge tomar con mucha responsabilidad personal las medidas sanitarias para evitar mayores contagios y que en realidad no son medidas onerosas ni desproporcionadas: el uso general de cubrebocas, el lavado constante de manos, el estornudo o la tos de etiqueta, el distanciamiento en lo posible y el evitar salir de casa sin necesidad.