“Pido para ustedes la gracia de estar siempre muy cerca de sus hijos, dejándolos crecer, pero de estar muy cercanos… Ellos tienen necesidad de ustedes, de su presencia, de su cercanía, de su amor”, Papa Francisco
Fernando Díaz de Sandi Mora
Cuando nace un hijo, no solamente nace él, también nace un padre. Mucho es en parte por cultura, que la figura del padre, por lo general, vive a la sombra de la figura maternal.
Durante siglos, la paternidad ha sido relegada a funciones meramente de proveeduría; “mientras nada falte en el hogar, todo está bien”, o “darles todo lo que yo no pude tener”, suelen ser las banderas desplegadas con las que la mayoría de los varones operamos en el devenir de nuestros hogares; más aún en la tendencia consumista moderna que ha obligado a los padres a someterse a maratónicas jornadas laborales para sufragar las necesidades del hogar, que cada día son más.
El padre moderno se enfrenta a un reto aún mayor: nuestros hijos enfrentan distintas situaciones que amenazan contra su integridad mental, física, moral y espiritual. La avalancha de información nociva en redes sociales e internet, los grupos delictivos a la caza de mentes frustradas, ambiciosas y carentes de acompañamiento, las adicciones, son solo algunos de los enemigos a vencer al interior de las familias. Además de desgastarse por llevar el pan a la mesa y sabedores de que el rol de la modernidad cada vez recluta a más madres que dejan el hogar por salir a trabajar y apoyar con la causa familiar, el papá tiene el reto de ser parte cercana, real, presente en la educación y formación de los hijos, una oportunidad de oro que nos ofrece esta época.
Durante mucho tiempo, los hombres fuimos negados para la crianza, para la nutrición, para el contacto emocional con nuestros hijos, para comprender sus señales. Hoy que necesitamos ser más participativos en el rol de paternidad, nos encontramos con que hay muchas cosas que desconocemos en el sagrado arte de educar a los hijos y formar buenas personas. ¿Cómo aprenderlas? De la única manera en que las aprende la madre, la única forma posible: a través de un contacto frecuente y estrecho con los hijos.
Contemplando las cualidades de Dios, nuestro Padre común, termino señalando tres requerimientos básicos y esenciales para que el rol de ser padres se convierta no en una pesada carga, sino en un trabajo de puro amor:
Presencia, el hijo debe saber y sentir que su padre está…
Paciencia, el hijo confía y sabe que su padre siempre espera…
Amor, el hijo se percibe valorado, digno, importante y comprometido con el maravilloso regalo de la existencia.
Como bien dice el maestro, Luis Alejandro Arango: “Ser padre es la única profesión en la que primero se otorga el título y luego se cursa la carrera”.
Facebook/Fernando D´Sandi