Alfredo Arnold
Joe Biden dio un argumento inapelable por el que no extendió invitación a los gobiernos de Cuba, Venezuela y Nicaragua a la IX Cumbre de las Américas. Dijo: “La democracia es el sello distintivo de una Carta Democrática Americana que surgió de la tercera Cumbre de las Américas (realizada en Quebec, Canadá, en 1991), que capta nuestro compromiso único con la democracia como región”. Dicho en otras palabras, si no eres una democracia, no puedes pertenecer a este club.

En Cuba, desde 1959 no ha cambiado el régimen, aunque sí las personas que detentan el poder: Fidel Castro, Raúl Castro y Miguel Díaz-Cannel. En Nicaragua, Daniel Ortega es presidente desde 2006 y se ha reelegido en tres ocasiones, 2011, 2016 y 2021. Y en Venezuela, la línea Hugo Chávez-Nicolás Maduro se remonta a 1999. Hablamos de 63 años de castrismo, 16 años de Ortega y 23 años de chavismo. Son dictaduras, ni hablar.
Como en América, en Europa también existe animosidad contra la dictadura de 14 años de Vladimir Putin en Rusia.
La democracia es un valor que defiende a capa y espada el gobierno de Estados Unidos, un valor que se está perdiendo en muchas regiones del mundo por el escaso éxito de sus políticas. En América Latina han surgido dictaduras desde que los distintos países fueron consiguiendo sus independencias: Perón (en su primer periodo presidencial), Stroessner, Pinochet… en cierta forma, también el PRI mexicano fue una dictadura ya que, como partido, gobernó seis décadas consecutivas. Lo llegaron a calificar, y además con tintes de orgullo, como la “dictadura perfecta”. Pero hoy las dictaduras, buenas o malas, son inaceptables.
La Cumbre de las Américas, luego del boicot –aunque suene feo– encabezado por el Presidente de México, fue poco trascendente. Se habló de los temas que interesan al mundo en la actualidad: Democracia, salud, cooperación económica, energía y cambio climático; al final se habló del gran asunto que involucra a México, la migración. También se tocaron los temas de inseguridad alimentaria, desigualdad económica y corrupción, entre otros. Discursos, iniciativas, pero pocos resultados concretos.
“La democracia está siendo atacada en todo el mundo, y renovamos nuestra convicción de que la democracia no sólo es el rasgo definitorio de la historia de América, sino también un ingrediente esencial de su futuro (…) Es increíble el poder de las democracias para lograr hacer la vida mejor para todos”, insistió Biden. Palabras, sólo palabras.
América del Sur estuvo bien representada con la asistencia de Alberto Fernández (Argentina) y Jair Bolsonaro (Brasil). Centroamérica estuvo casi ausente. A México, de acuerdo a su posición política, no geográfica, habría que ponerlo esta vez entre los países de América Central.
Asistieron 22 jefes de Estado, y 8 países fueron representados por sus secretarios de Relaciones Exteriores. Entre estos últimos, México, Bolivia, Honduras, Guatemala, El Salvador y Uruguay.
La posición de México, que le tocó exponer y argumentar a Marcelo Ebrad, fue secundada por 14 naciones.
Se decía que Venezuela estaría representada por Juan Guaidó, pero no fue así. Ni Maduro ni Guaidó, aunque Biden sostuvo una conversación telefónica con este último.
En resumen, América no está en condiciones de imitar a la Unión Europea como lo propone el Presidente de México. El tamaño de cada país, la dispersión geográfica, la capacidad económica y sobre todo las distintas ideologías políticas y estilos de gobernar, son factores que impiden la unidad y el equilibrio de una hipotética alianza entre todos los países del continente americano. En Europa hay desequilibrios, verbigracia entre Alemania y Grecia, pero en América es impensable imaginar una asociación “de iguales” entre Estados Unidos y Haití, por citar un ejemplo.
En fin, fue una Cumbre dividida y redituó escasos resultados prácticos. El Presidente López Obrador no se perdió de nada realmente importante, aunque si hubiera asistido bien podría haber dado personalmente el discurso contra la exclusión, reunirse con los “héroes” que nos envían remesas, defender la migración, plantear la jubilación de la OEA, divertirse en Disneylandia, ver jugar a los Dodgers… o promocionar la venta del avión presidencial. Pero no asistió, y esto probablemente contrarió a Joe Biden.
Ahí pa’l’otra.
*El autor es LAE, diplomado en Filosofía y periodista de vasta experiencia. Es académico de la Universidad Autónoma de Guadalajara.