
Sergio Padilla Moreno
En su famoso poema Suave Patria, el zacatecano Ramón López Velarde escribió: “El Niño Dios te escrituró un establo/ y los veneros de petróleo -y las redes sociales- el diablo”; seguramente habría dicho algo así el insigne poeta si hubiera conocido las redes sociales y en lo que se han convertido en nuestros días, pues en línea de lo dicho por Javier Sicilia: “si atendemos al sustantivo ‘diablo’, estamos hablando de un motivo de perdición”. Una vez que se han multiplicado exponencialmente sus usuarios, las redes sociales se han convertido en espacios de confrontación, descalificación y canal de medias verdades o francas mentiras en prácticamente todos los campos: política, educación, religiones, deportes, etc. Basta ver los comentarios y opiniones que se vierten en dichas redes respecto a cualquier tema que se coloca -muchas veces de manera efímera- en la discusión pública. Creo que no hemos terminado de dimensionar que, si bien las redes sociales han sido una herramienta muy eficaz de circulación de la información y la comunicación, también se han convertido en “caballos de Troya” para que los intereses de los poderosos grupos que finalmente controlan dichas redes impongan su narrativa y visión de las cosas.
En su Exhortación apostólica Christus Vivit (2019), el Papa Francisco advierte en el numeral 89: “No se debería olvidar que en el mundo digital están en juego ingentes intereses económicos, capaces de realizar formas de control tan sutiles como invasivas, creando mecanismos de manipulación de las conciencias y del proceso democrático. El funcionamiento de muchas plataformas a menudo acaba por favorecer el encuentro entre personas que piensan del mismo modo, obstaculizando la confrontación entre las diferencias. Estos circuitos cerrados facilitan la difusión de informaciones y noticias falsas, fomentando prejuicios y odios. La proliferación de las fake news es expresión de una cultura que ha perdido el sentido de la verdad y somete los hechos a intereses particulares”.
Otro grave problema que tienen las redes sociales, así como el uso de Internet, es que la naturaleza tecnológica que las configura permite, literalmente, hacer un “clon digital” de cada uno de nosotros, en función del modo como usamos las redes y las páginas web que frecuentamos. Hay un documental que revela cómo las empresas de tecnología utilizan los datos recopilados de miles de millones de personas para convertir en ganancias, mediante el uso de algoritmos, nuestras debilidades, inseguridades, enfermedades y adicciones: https://www.youtube.com/watch?v=yvikDLR4hd0
Un problema más, no menos complejo y al que me enfrento en mi labor docente, es el uso – ¿adictivo? – del celular por parte de las y los estudiantes en su vida diaria y, especialmente, dentro de los salones de clase. Desde hace tiempo circula (¡en las redes sociales!) el testimonio de la renuncia del profe sor uruguayo Leonardo Haberkorn a seguir dando sus clases de periodismo: “Me cansé de pelear contra los celulares, contra WhatsApp y Facebook. Me ganaron. Me rindo. Tiro la toalla.” Así están los signos de los tiempos, por lo que es necesario desarrollar nuestra capacidad de discernimiento en el uso de estas herramientas.
El autor es académico del ITESO, Universidad Jesuita de Guadalajara – padilla@iteso.mx
ME CANSÉ, ME RINDO. | CARTA DE RENUNCIA DE UN PROFESOR
https://www.youtube. com/watch?v=yk0Wbh-uKDM