Pbro. José Marcos Castellón Pérez
La expresión latina “uterus cordis”, que puede traducirse como el seno del corazón, fue utilizada por primera vez por Orígenes Adamantius, aquel sacerdote gran teólogo de Alejandría del siglo II, quien utilizó magistralmente la interpretación alegórica de la Sagrada Escritura. El significado de la expresión la completó san Agustín en el Sermón 215 sobre el pasaje del anuncio del ángel Gabriel, al referirse al papel esencial de la Virgen María en el misterio de la Encarnación, pues afirma que ella concibió al Verbo de Dios primero en su mente y luego en su seno.
La mente, para Agustín, más que el pensamiento es el alma misma, es la capacidad trascendente y la sede de la conciencia. Por eso se puede identificar de igual forma con el corazón, cuyo significado también va más allá de la mera consideración fisiología.
María “concibió creyente a quien alumbró creyendo”, dice san Agustín, para remarcar la vida de fe de la Madre del Señor, mujer que configuró su vida con la Palabra divina de la que primero se fío para luego engendrarla. Si bien el cristiano no puede imitar a la Virgen en ser madre de Dios, sí la puede imitar en su capacidad de acogida a la Palabra, que fue anterior y condición para su maternidad divina y por lo que se convierte en discípula perfecta de su Hijo, el Verbo encarnado.
La capacidad de gestación de una mujer radica en la misma posibilidad de “hacer espacio al otro” dentro de sí, que biológicamente se realiza en el vientre femenino. Ya desde el principio, la Escritura expresa la vocación de la mujer como portadora de vida al hacerla custodia – costilla de la humanidad, portadora de vida nueva.
Por comparación, este maravilloso fenómeno de la gestación se ha aplicado a la vida espiritual como capacidad de hacer espacio a Dios, a su Palabra para que en el corazón de cada creyente se encarne, tome vida.
Pero no se trata sólo de una dimensión vertical, en donde el misterio se agota en la relación entre el Dios que habla y el creyente que recibe, acoge y engendra la Palabra en el corazón, pues donde entra Dios entra el amor, entendido como capacidad de dar espacio también a los otros, de dar vida al otro, al prójimo, porque se ha dado espacio al Infinito.
Al inicio de este año civil 2021, un año que reclama la esperanza de los cristianos frente a la multifacética crisis que arrastramos desde principios del año que se nos ha ido, se necesita abrir espacio al Otro; como María Virgen, trascender nuestra mirada y adquirir un horizonte amplio donde podamos contagiarnos de Aquel que es la Vida y que quiere hacerla germinar en el corazón, en el “uterus cordis”.
Se necesita dar espacio a los otros, descentrar la mirada del espejo egoísta e individualista donde se refleja pálidamente el rostro abúlico de nosotros mismos, para dirigir la mirada fraterna con quien nos encontramos en la misma barca.