Dios no quiere la muerte del pecador, sino que «enmiende su conducta y viva». Como el justo puede caer, así el pecador –mientras viva– tiene siempre la posibilidad de convertirse y obtener de Dios la justificación.
"En la Iglesia tenemos urgente necesidad de una comunicación que inflame los corazones, sea bálsamo en las heridas e ilumine el camino de nuestros hermanos y hermanas"