En la sociedad actual, sociedad secularizada, ser sacerdote es muy abnegado. Como todas las personas, los sacerdotes también están expuestos a situaciones estresantes, las múltiples y pesadas tareas, la necesidad de adaptación a una sociedad cambiante, la falta de colaboración de los laicos, la confrontación de sufrimientos y conflictos interiores que les provocan sentimientos de impotencia, la no capacidad de afrontar estas situaciones en su vida, llevan, a no pocos clérigos al desánimo que puede convertirse en un verdadero estado de vida. El Papa Francisco ha dicho que en la vida, tarde o temprano, el pastor vive un momento de crisis, tras el fervor propio de la ordenación y los años intensos de trabajo pastoral, existe el gran peligro del desencanto en el sacerdote de hoy.
«A todos, antes o después, nos sucede que experimentamos decepciones, dificultades y debilidades, con el ideal que parece desgastarse entre las exigencias de la realidad, mientras se impone una cierta costumbre; y algunas pruebas, antes difíciles de imaginar, hacen que la fidelidad parezca más difícil que antes».
Echando mano de su experiencia personal suele comunicar algunos consejos fundamentales para superar esta crisis del desánimo y poder vivir una vida plenamente realizada. Ante todo, recomienda poner en el centro de su vida a Dios, y no sus cualidades, méritos, o virtudes. Esto implica aceptar «la verdad de la propia debilidad». La madurez sacerdotal se realiza cuando Dios «se convierte en el protagonista de nuestra vida. Entonces todo cambia de perspectiva, incluso las decepciones y las amarguras, porque ya no se trata de mejorar componiendo algo, sino de entregarnos, sin reservarnos nada, a Aquel que nos ha impregnado de su unción y quiere llegar hasta lo más profundo de nosotros».
«Redescubramos, entonces, que la vida espiritual se vuelve libre y gozosa no cuando se guardan las formas y se hace un remiendo, sino cuando se deja la iniciativa al Espíritu y, abandonados a sus designios, nos disponemos a servir donde y como se nos pida. ¡Nuestro sacerdocio no crece remendando, sino desbordándose!».
También ha llegado el Papa a aconsejar a los sacerdotes que para vencer el desaliento deben ser hombres de «armonía», que es la obra por excelencia que promueve el Espíritu Santo.
«Crear armonía es lo que Él desea, especialmente a través de aquellos en quienes ha derramado su unción. Crear armonía entre los sacerdotes no es sólo un método adecuado para que la coordinación eclesial funcione mejor, no es una cuestión de estrategia o cortesía, sino una exigencia interna de la vida en el Espíritu».
Por otra parte, es bueno señalar que la Iglesia de Guadalajara tiene en cuenta, en sus planes de pastoral, la periferia existencial de los sacerdotes: ancianos, enfermos, desmotivados. Bien por lo que por ellos se trata de realizar, no olvidando que, en un considerable número de ellos ha aparecido el síndrome de burnout o “síndrome del trabajador quemado, desgastado”. El agotamiento físico y mental que se prolonga en el tiempo y llega a alterar la personalidad y la autoestima. Cuántos de nosotros lo venimos viendo, lo están experimentando. Orar por ellos no es suficiente, sí muy necesario, como también lo es el cuidado que ellos tengan de su propia persona. No dejemos de poner nuestro granito de arena para tener mejores y santos sacerdotes.