Jesús iba a solas al monte para orar. Pasó varias noches en oración con su Padre Dios, dice el Evangelio.
La oración en la vida cristiana es sumamente importante para vivir nuestra fe y para vivir nuestra misión en el mundo. No podemos cumplir nuestra tarea aquí si no estamos conectados en una comunicación permanente con nuestro Padre Dios a través de la oración.
Nos podemos preguntar con humildad y sencillez: ¿qué importancia tiene en la vida cristiana la oración? ¿Cuánto tiempo le dedico todos los días a una comunicación en silencio, yo solo con Dios, para hablarle con mis palabras, con mis sentimientos, para que escuche como soy yo y la forma en lo que se lo quiero decir?
Estando Jesús una vez, luego de orar toda la noche, cerca de donde se encontraban sus Apóstoles, fue hacia ellos, que estaban en el lago, en dificultades, ya que su barca era arrastrada por un viento fuerte, en medio de la tempestad, llenos de miedo porque el viento contrario los azotaba, el Señor se presentó cerca de ellos y les pidió que se calmaran.
¿Cuántas veces experimentamos en nuestra vida personal, en nuestra vida familiar, verdaderas tempestades?
¿Cuántas veces sentimos que todo está en nuestra contra, y pareciera que nos vamos a hundir en la vida por alguna enfermedad, por alguna necesidad económica, por algún problema laboral, por lo que sea, y sentimos en nuestra vida aires contrarios que nos llenan de temor, y que vamos a morir? Jesús nos recuerda que cuando estemos en medio de tempestades, Él va con nosotros, está cerca de nosotros, nos pide que nos calmemos, porque Él está, es Dios, tiene el poder y la gracia de evitar que nos hundamos en las dificultades de la vida.
Pasa que, a veces, queremos sentir a Cristo de una manera espectacular, casi que nos llame por teléfono, o que viene a vernos, y no.
Dios se hace presente en el silencio, en la sencillez y en la naturalidad,
como una brisa suave. Estemos atentos
y sepamos descubrirlo en la sencillez
de nuestra vida, que se presenta a veces por un gesto amable de alguien que
está cerca de nosotros. De muchas maneras sencillas el Señor nos hace sentir
su presencia en medio de la tempestad.
No estamos solos, no nos vamos a perder, Él nos salva.
En esa ocasión, Pedro dudó y se
comenzó a hundir, pero Jesús no lo
dejó a pesar de su falta de fe, sino que
le tendió la mano y lo rescató. Le dijo:
“Hombre de poca fe, ¿por qué has dudado?”
Dios sabe que no somos creyentes perfectos, que no tenemos una fe madura, que de muchas formas experimentamos la fragilidad, la sospecha de que Él no está.
Por ejemplo, cuando un ser querido
es diagnosticado con una enfermedad
terminal, nos surge la duda de saber
dónde está Dios en ese momento de
dolor. Sentimos la tentación de dudar.
Jesús nos hace saber que, en medio
de esa duda, Él nos tiende siempre la
mano, no nos reprocha la falta de fe, no
nos reprueba, nos hace ver nuestra falta de convicción, pero sosteniéndonos,
no cuestionándonos.
Yo les bendigo en el Nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo.