Por: Diácono Gerardo Antonio Torres González
La vida de la Iglesia está marcada por el año litúrgico, y dentro de él hay varias fechas particulares, cobrando especial relieve las de semana santa, por la piedad popular, devociones y prácticas en las que se ve envuelta.
El viernes santo es especialmente importante. Ese día se recuerda el momento en que Jesús es juzgado y condenado a muerte, para posteriormente ser crucificado y morir en la cruz. Son sucesos trascendentes, ya que por medio de ellos se obtuvo la Salvación para el género humano: Cristo, que ofrece su vida voluntariamente por obediencia al Padre, muere para librar a todos los hombres del pecado, de la muerte eterna, de estar para siempre separados del amor de Dios. Por medio de la ofrende que Cristo hace de sí mismo, le permite a toda la humanidad estar de nuevo unidos a Dios.
Este día se quiere significar la ausencia de Cristo de la faz de la tierra: No se dice misa, sino la llamada Celebración de la Pasión, en la que se hace también la adoración de la Cruz, instrumento que nos obtuvo la Salvación. No se consagran las especies Eucarísticas, se ofrece la Comunión con la reserva de un día anterior. Se hace la Lectura de la Pasión, tomada del Evangelio de san Juan. Esta es la Celebración litúrgica más importante del día.
También hay algunas expresiones populares de fe, que suelen ser las más concurridas: por la mañana el Via Crucis, en el que recordamos, mediante el rezo de 14 estaciones el camino de Cristo desde el pretorio hasta el sepulcro, las Siete palabras, devoción que se suele rezar a las tres de la tarde, hora de la muerte de Cristo, y que consiste en meditar las frases que mencionó Cristo durante la Pasión, de acuerdo a los Evangelios. Por la tarde es muy extendida la práctica de la Marcha del silencio, procesión que se realiza, como su nombre lo dice, en un ambiente de reflexión y oración, buscando hacer conciencia de la tristeza por la muerte de Cristo, el Señor. Cuando la marcha llega al templo o parroquia, suele realizarse también el Rosario del Pésame, en el que, a través de esta oración, se quiere meditar en la Pasión desde los ojos de su Madre, María santísima, y “consolarla” en su pesar.
Este año, debido a la contingencia que estamos viviendo, todas estas prácticas deberán realizarse de modo distinto al que estamos acostumbrados. No podremos seguir a Cristo en la Cruz por las calles de nuestro pueblo o colonia, ni podremos salir por la tarde a marchar en silencio, o acudir a la parroquia a hacer oración en comunidad. Pero eso no debe hacer que nuestra fe venga a menos, sino al contrario. El pesar que nos oprime el corazón por no poder acudir al templo, hemos de ofrecerlo al Padre, junto con los sufrimientos de su Hijo. Además, hay ciertas cosas que podemos realizar en casa, con la familia.
Para empezar, es bueno que nos propongamos un ambiente de silencio, oración y reflexión. ¡Es muy difícil no escuchar música o no encender la televisión! Pero al menos por este día, procuremos hacerlo. Aprovechemos el tiempo para leer el Evangelio de la Pasión, rezar el Via Crucis en casa (si nos sirve podemos descargar imágenes de internet que nos ayuden a la meditación) así como el Rosario del Pésame. Y no nos olvidemos de hacer alguna obra de Caridad a nuestro prójimo, especialmente al más necesitado, a ejemplo de Cristo, cuyo amor lo llevó a entregarse por nosotros en la Cruz.