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El filósofo Zygmunt Bauman habló con gran acierto de que vivimos en un mundo líquido, pero el mundo digital que se está formando es, más bien, húmedo.

                                                                    Pbro. Alfonso Rocha Torres

Así describe el Catedrático Español Antonio Rodríguez de las Heras el nuevo mundo digital. Una humedad densa y penetrante de ceros y unos lo empapa todo, y hace que hasta lo más consistente se reblandezca. Vivimos hoy esta situación desconcertante de inconsistencia de aquello que hasta ahora se mantenía firme y nos albergaba.

Y tenemos que adaptarnos a vivir en este mundo húmedo, en el que la materia atómica, antes sólida, está penetrada por ceros y unos, formando una pasta plástica y rezumante. Tras el desmoronamiento, el mundo que tendremos que levantar y dar forma deberá ser aprovechando el moldeado de esta mezcla maleable de átomos y bits.

Sin embargo, no deja de ser turbador el espectáculo del reblandecimiento generalizado de todo aquello que era apoyo firme de nuestras certezas. Un caso bien expresivo es la pérdida de confianza de aquello que vemos. Lo que nos muestra la pantalla (ventana hoy para ver el mundo) es la condensación de la niebla de ceros y unos sobre la superficie fría del cristal de la pantalla, y esas mínimas gotas, pero visibles, son los píxeles. Y, de igual modo que se condensan, se evaporan y desaparecen. Así de inconsistente y fugaz es lo que vemos, pues evaporada la visión se puede, con toda facilidad, recombinar las ristras de ceros y unos y alterar lo que se ha visto para cuando otra vez se condense en píxeles sobre la pantalla.

Es una manifestación de la oralidad digital. La cultura escrita daba persistencia a la palabra. Con la escritura, la palabra hablada, tenues y fugaces vibraciones del aire, se fija en trazos duraderos que se muestran ante los ojos, con la objetividad de la distancia entre el lector y la palabra convertida en objeto, que incluso se puede sujetar con las manos (tacto) y experimentar el sentido de posesión. Pues bien, ha vuelto la oralidad —la oralidad digital— con un lenguaje potentísimo con el que poder describir y narrar el mundo, todo lo que contiene y sucede en él: esa imagen que vemos en la pantalla es la condensación (vaho de píxeles) de la espiración de una detallada descripción oral (digital) de todos sus detalles. Hasta el punto de que, con igual facilidad que en la narración oral, se puede cambiar en el relato cualquier detalle sin dejar huella (esos ojos ya no son verdes, sino negros).

La potencia creadora de este lenguaje es tan fenomenal que no deja de sorprendernos e incluso sobrecogernos. Nos llega muy directamente, sobre todo, la pérdida de certeza de lo que vemos. El impacto más reciente, rápidamente extendido (deepfake), es la sustitución del rostro de una persona en un vídeo por el de otra, de manera que ves hacer a esta lo que no ha hecho y oír lo que no ha dicho (pues falsificar la huella tan identificadora de la voz es también posible).

Nuestra cultura es el resultado de la imposición de la visibilidad sobre la oralidad, aquello que se puede ver sobre aquello que se oye, aquello que se puede poner delante y no tan solo decir. Hacer ver (clave también de la labor de la ciencia). Por eso, ante esta reinterpretación de la oralidad Surge el reto de crear modos nuevos de proporcionar confianza, de construir un mundo con otros recursos y otra arquitectura diferentes a los del mundo que se nos ha desmoronado.

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