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Fernando Díaz de Sandi Mora

“Que dijo mi mamá que siempre no…”

El frenético e intermitente ritmo de vida de los hijos de este siglo ha marcado nuevas pautas en todo, incluso en las relaciones de pareja; pensamos que, si no nos gusta algo, tenemos la practicidad de cambiarlo y ya, como una relación de pareja desechable que, si no me gusta, voy por otra. Esto se convirtió en una actividad crónica y compulsiva en la que nuestros jóvenes caen fácilmente, estableciendo relaciones a la ligera, basadas en mera atracción física, placer de un rato, muchas cosas con las cuales confundimos la maravilla del amor.

En la actualidad se antepone la comodidad a cualquier cosa, y esto incluye el amor.

Es más simple terminar una relación que trabajar en ella; esto significa que no estamos lo suficientemente preparados para ceder, tomar acuerdos, sacrificar costumbres, momentos, cosas, tiempo; no hay disposición para amar incondicionalmente. También el miedo a estar solos orilla a muchos a relacionarse con quien sea y por lo que sea, más allá de si existe un auténtico interés y desoyendo las señales de advertencia con respecto al otro.

Poner por encima lo material es otro factor de debilidad en las relaciones modernas; estamos tan ocupados en el afán de conseguir cosas, de pagar cuentas, de mantener estilos de vida que nos resultan muy caros, tan caros, que a veces nos cuesta la relación.

Somos impacientes, creemos que el amor da resultados a la velocidad de la luz, siendo que solo la madurez y los años son los que permiten verdaderamente trascender en una relación. Muchos han perdido la capacidad de esperar, de cultivar, incluso hasta creer que no vale la pena. Nos hemos convertido en tacaños emocionales, queremos todo, no damos nada, pero sí pretendemos tenerlo todo y exigimos lo mejor. Hemos sustituido la comunicación física por video llamadas, mensajes de texto, de voz, chats, cualquier cosa menos el contacto físico, pareciera que eso ya no importa, el tiempo juntos pareciera no ser necesario.

Dicen por ahí que desde que el sexo se volvió fácil de conseguir, el amor se volvió difícil de encontrar. Como personas, como hijos de un Dios que es todo amor, debemos hacer honor a nuestro origen y elevar de nivel nuestra capacidad, aspiraciones y formas de amar. Aprovecha el tiempo, convive, mira a los ojos, sonríe, abraza, conoce, reconoce y ama en toda la dimensión personal del otro, vivir “amor del bueno”, de ese que nos hace sentir vivos.

Como decía Neruda: “Si nada nos salva de la muerte, al menos que el amor nos salve de la vida”.

Facebook/Fernando D’ Sandi

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