Rafael Duarte Muñoz
Egresado de la Licenciatura en Psicología de la Universidad Marista de Guadalajara
Es muy frecuente que en las charlas motivacionales se mencione un término, que aparentemente ya es de dominio público: “La zona de confort”, la entendemos como este espacio simbólico, conformado por nuestras rutinas, creencias y conocimientos. Pero, si damos un paso hacia atrás para observarla desde afuera, se le ve con una connotación negativa, como un impedimento para el desarrollo, como eso a ignorar para alcanzar el éxito.
En todo lo que se dice hay un grado de verdad, salir de la zona de confort permite experimentar situaciones más allá del margen de lo conocido y abre la posibilidad de recibir nuevos aprendizajes. Les pregunto, ¿solamente hay crecimiento fuera de la zona de confort?, ¿no produce fruto estar en lo conocido?
Al salir de la zona de confort nos exponemos a recibir nuevos saberes, y al traerlos a la zona los almacenamos en ella, en otras palabras, nos apropiamos del conocimiento recibido. ¿Habrá algún momento en que se llene la capacidad de nuestra retención?, o quizá los nuevos conocimientos suplan a otros que no resultan tan indispensables.
Supongamos que el almacenaje es infinito, que es mentira que ya se nos olvidó cómo funciona la fórmula general en cálculo y que siempre recordamos cuáles son los elementos de la tabla periódica. Hay un refrán que entra a colación con este planteamiento, “el que mucho abarca, poco aprieta”.
El exceso de experiencias sin saber procesarlas puede llegar a atormentar. Dando un paso más adelante, el conocimiento que nos es propio enmarca parte de nuestra identidad como personas, al sentir afinidad por algún tema nos afiliamos a un estilo de vida, por ejemplo, al que le gusta la medicina, delimita su perspectiva según lo que conoce de medicina, ¿qué pasa si nos desbordan los conocimientos que tenemos? El exceso también cae en crisis, así como la carencia. Crisis entendida como la carencia de recursos para lidiar con una situación.
Otra idea de la propuesta de salir de la zona de confort a toda costa es “acostumbrarse a la incomodidad” de estar fuera de nuestra zona de seguridad. Rayando en el extremo de esta idea, habría personas que en su búsqueda de crecimiento personal estén dispuestas a intercambiarlo por su estabilidad personal, y no se vuelve una transacción favorable. Los invito a imaginarse una vida en la que todo el tiempo se está fuera de lo conocido, buscando situaciones en donde se experimenta el no saber. Eso, desde la psicología clínica, describe un cuadro de ansiedad, la descentralización de la persona por dedicar su atención a lo que no sabe.
Existen ventajas también en profundizar los contenidos que ya habitan dentro de nuestra zona de confort. Varios enfoques de la psicología clínica concuerdan en que hay un avance en la confianza del sujeto cuando se sabe capaz de realizar alguna actividad, como responder un documento en donde nos sabemos las respuestas, manejar un auto con fluidez, exponer un tema que dominamos, etc.
Todos estos ejemplos tienen en común que generan una sensación de satisfacción, y la satisfacción humana lleva a un argumento para mantener o aumentar nuestra autoestima. Visto así, sí resulta conveniente buscar profundizar los conocimientos que ya consideramos propios, porque no solo basta con recibirlos, hay que enraizarlos en nuestro criterio, sumarlos a nuestra forma de vivir.
Les sugiero buscar un balance, un equilibrio entre estar afuera y adentro de la zona de confort, entre adquirir nuevos conocimientos y afianzar los existentes. Les comparto esta reflexión como un punto de inicio a cuestionarnos nuestras creencias y hacer un filtrado que nos permita saber cuáles ideas con las que convivimos sí nos funcionan para seguir creciendo.